El poder, en muchos casos, es un problema de apariencia. Como tal, se le debe rendir el máximo cuidado a la creación de una imagen que funja como la ostentación misma del poder, y en pro de lo anterior, invertir cuantiosos recursos, aunque la fachada sea solamente un subterfugio que sirva de parapeto a los verdaderos dueños de ese poder.
La historia de Honduras, durante el siglo XIX y la mayor parte del siglo XX, estuvo dominada por conflictos políticos que protagonizaron cuatro actores principales: el Partido Progresista o Partido Conservador de Honduras, que luego se convertiría en el Partido Nacional de Honduras, la Liga Liberal, que habría de convertirse en el Partido Liberal de Honduras, el poder militar en Honduras y su oscura corriente subyacente de poderes, y el gobierno de Estados Unidos de Norteamérica, en representación de los intereses corporativos trasnacionales.
El siglo XIX estuvo dominado en su mayoría por el poder conservador, luego de la desintegración de la Federación Centroamericana. En muchas administraciones el poder conservador se traslapaba con el poder militar, dado que muchos integrantes del partido conservador eran también miembros activos del poder militar en Honduras y abogaban por las diferentes vertientes dentro de esta estructura. Numerosos alzamientos armados, golpes de Estado, gobiernos provisionales y ambiciones de poder se desarrollaban en la vida pública nacional. Sin embargo, en medio del aparente tumulto había una constante: el enclave trasnacional, cuya mayor expresión entonces era la industria bananera (instaurada en las últimas décadas del siglo XIX), y la injerencia estadounidense para la protección del mismo.
La búsqueda y ambición por las posiciones de poder se ven intensificadas en las primeras dos décadas del siglo XX, que culminaron en la primera guerra civil en Honduras. Las figuras que dominaron estos enfrentamientos fueron el general conservador Manuel Bonilla, financiado y apoyado por el empresario trasnacional Samuel Zemurray, y el abogado liberal Miguel R. Dávila, quien buscó apoyo en el gobierno estadounidense. El conflicto armado se volvió tan cruento que en 1907 Estados Unidos envía tropas de marines a desembarcar en Puerto Cortés para proteger los intereses bananeros. El enfrentamiento entre Manuel Bonilla y Miguel R. Dávila concluyó en 1911, a través de la mediación del gobierno estadounidense, en la llamada Conferencia de Tacoma a bordo del buque de guerra USS Chicago, donde se llegó a la decisión de colocar a Francisco Bertrand, de la línea de Manuel Bonilla, como presidente provisional mientras se convocaban elecciones. El representante del gobierno estadounidense, Thomas C. Dawson, afirmó sentirse “complacido” con el acuerdo, según el New York Times.
Es aquí donde comienza la historia del Palacio Presidencial.
Desde que la capital del país fue trasladada hacia Tegucigalpa hasta este punto, la Casa Presidencial había estado ubicada en diferentes edificios de la ciudad. El antiguo edificio de la DEI, ubicado en el Parque Central de Tegucigalpa, fue uno de estos edificios utilizados para albergar el gabinete presidencial, según el historiador Omar Valladares. Marco Aurelio Soto destinó un edificio de madera de dos pisos diseñado por Juan Judas Salavarría en el lugar donde funciona el actual edificio del Congreso Nacional. El presidente Luis Bográn efectúa un nuevo cambio de casa presidencial, al ubicarla en un edificio de piedra contiguo al salón de sesiones de la entonces Asamblea Nacional Legislativa, la que albergó los gobiernos de los presidentes General Luis Bográn, General Ponciano Leiva, General Domingo Vásquez Toruño, Doctor Policarpo Bonilla Vásquez, Ingeniero Terencio Sierra Romero, General Manuel Bonilla Chirinos, Doctor Miguel Rafael Dávila Cuéllar y Doctor Francisco Bertrand Barahona.
Es hasta el acuerdo que coloca a Francisco Bertrand en la presidencia de Honduras, con la complacencia del gobierno estadounidense y los enclaves trasnacionales, que comienza la historia del Palacete Presidencial. En 1914, el gobierno de Bertrand adquiere del general conservador y anterior Ministro de Guerra Jerónimo Zelaya, una propiedad por 40,000 pesos hondureños, para construir un Palacio Presidencial, y comisiona la obra al arquitecto italiano Augusto Bressani, quien comenzó la obra en 1916.
El Palacete Presidencial se concluiría en 1919, en medio de una de las tantas guerras civiles de Honduras, momento histórico crítico cuyas repercusiones determinaron el destino del país hasta la actualidad. Francisco Bertrand, en los últimos meses de su período, intenta colocar a Nazario Soriano, quien fungía como cónsul en New Orleans, en la presidencia. Convoca a elecciones y Soriano resulta electo, pero despierta la ira del resto de los presidenciables. En julio de 1919, Bertrand suspende las garantías civiles para evitar nuevas elecciones y es en ese momento cuando explota el conflicto armado, liderado por el militar Vicente Tosta, el general liberal Rafael López Gutiérrez y el liberal Vicente Mejía Colindres, entre otros, quienes tomaron Teupasenti, Santa Rosa de Copán, Gracias, Santa Bárbara, San Pedro Sula, Danlí y, finalmente, Tegucigalpa. El embajador estadounidense Thomas Jones pide su renuncia a Bertrand, amenazando con tomar acciones militares con los marines enviados a Amapala por el presidente Woodrow Wilson en el USS San José. Francisco Bertrand entonces renuncia y se traslada a la isla junto a Nazario Soriano, Froylan Turcios y otros allegados a Estados Unidos y tras elecciones convocadas resulta electo Rafael López Gutiérrez, quien pasa a ocupar, por primera vez, el Palacete Presidencial que visionó Bertrand para Soriano.
Debido a la guerra civil, Bressani no pudo terminar la obra, y como ocurrió con muchos de los gobiernos que luego se instalaron en el inmueble, fue otro quien concluyó el proyecto: el ingeniero M.A. Zelaya. Entre tanto, mientras Rafael López Gutiérrez se instalaba en el opulento edificio construido con piedra rosada de las canteras de Tegucigalpa y de hermosos pisos de cerámica elaborados por el artesano ceramista Alberto Bellucci, las concesiones a las trasnacionales en la industria del aceite, el banano y la minería iban construyendo un Estado, rico y fructífero para sus socios, dentro del Estado de Honduras, que simultáneamente vivía plagado de pugnas por poder, políticos corruptos y una población sometida al esclavismo de la United Fruit Company, que controlaba total o parcialmente la Cuyamel Fruit Company, la Vaccaro Brothers Company, la Tela Railroad Company y la Trujillo Railroad Company. Contaba con la Great White Fleet, una flota de buques que transportaba productos en toda América Latina, y su control terrestre en el litoral atlántico de Honduras, para 1913, era de aproximadamente 345,000 hectáreas.
En 1923 se convocan elecciones, con Tiburcio Carías y Miguel Paz Barahona como candidatos a presidente y vicepresidente por el Partido Nacional, Policarpo Bonilla por el Partido Liberal Constitucional y Juan Ángel Arias por el “Arismo” en el Partido Liberal. Tiburcio Carías resulta ganador, pero López Gutiérrez no acepta los resultados y se declara dictador el 1 de Febrero de 1924, instituyendo estado de sitio en el país. El conflicto armado estalla de nuevo, en la llamada “Revolución Reinvindicatoria”, con Tiburcio Carías como figura central, apoyado por la United Fruit Company. Nuevamente fue el enclave trasnacional apoyado por la fuerza militar y diplomática del gobierno de Estados Unidos el subrepticio poder que determinó quién ocuparía el Palacete Presidencial. Tres buques de guerra circundaron el país durante la guerra: el USS Rochester, en Puerto Cortés; el USS Milwaukee, en Amapala, que el 9 de marzo se movería al Golfo de Fonseca, por la amenaza extendida de parte del embajador Franklin Morales de desembarcar 200 marines y sitiar Tegucigalpa; y el USS Denver en el Caribe, que el 1 de mayo envió marines estadounidenses para intervenir en un conflicto en Tela que desembocó en la pérdida material de $2,000,000 de la United Fruit Company y las empresas relacionadas a ella.
La guerra llegó hasta Tegucigalpa, que se convirtió en la primera capital latinoamericana en ser bombardeada. Las fuerzas de Carías Andino tenían a su disposición dos aviones, probablemente obtenidos a través del apoyo monetario de la United Fruit Company. Entretanto, la Conferencia de Paz, convocada por el delegado estadounidense Summer Willis y supervisada por el embajador de Estados Unidos Franklin Morales, se había logrado a bordo del USS Milwaukee. El 28 de abril, cuando el coronel Carlos B. González toma Tegucigalpa y la Casa Presidencial, la Conferencia de Paz declara a Vicente Tosta como presidente provisional, y éste se apresta al Palacete Presidencial, que recibió daños menores en la guerra.
Vicente Tosta convocó elecciones y en 1925 fue electo Miguel Paz Barahona, por el Partido Nacional de Honduras, y fue sucedido por Vicente Mejía Colindres en 1929, a las puertas de la Gran Depresión. En 1933 entraría Tiburcio Carías Andino, marcando una era diferente en el Palacete Presidencial, que sería conocido, hasta 1949, como “la Casa Azul”.
El apoyo que brindaba el dinero del enclave trasnacional a Tiburcio Carías le permitió llegar a la presidencia en unas controvertidas elecciones en 1932. Ese mismo dinero le permitió modernizar las Fuerzas Armadas, lo que sirvió para desatar una campaña a lo interno del país para aplastar las insurrecciones de sus opositores. Tiburcio Carías se dedicó durante su gobierno a dos actividades principales: congraciarse con el poder económico trasnacional, con cuyo apoyo se había colocado en la presidencia, y mantenerse en el poder, a través de la manipulación de las leyes hondureñas (debido a sus presiones se formó una asamblea constituyente en 1936 que permitió la reelección y extendió el período presidencial de cuatro a seis años) y el poderío militar, al que fortaleció fundando escuelas para la profesionalización del ejército.
Los cambios en el Palacete Presidencial hicieron eco de las políticas de Carías Andino. Uno de los cambios que sufrió el inmueble fue el acondicionamiento de un lujoso salón para recepciones diplomáticas que sería conocido como “Salón Azul”, congruente con su deseo de acomodar poderes económicos extranjeros. Durante los 16 años del cariato, Carías Andino fungió desde el Palacete Presidencial como un capataz a la orden de la United Fruit Company, reprimiendo con violencia los movimientos de los trabajadores, exiliando y encarcelando a sus opositores y declarando ilegales partidos políticos, limitando gravemente la libertad de prensa y construyendo infraestructura vial para beneficio de las empresas extranjeras. Sin embargo, Estados Unidos determinó en 1948 que Carías debía convocar a elecciones libres, y fue así como el poder trasnacional imperialista que colocó al dictador en el Palacete Presidencial lo echó del mismo, cumplida ya su labor a su servicio.
Lo que queda claro en la primera mitad del siglo XX en la historia de nuestro país es que el lujoso Palacete Presidencial, que representa “muy claramente la ideología de la clase dominante en su mimetismo europeo de principios de siglo”, según José Luis López Nol, en el Proyecto para el Museo Histórico de la República en 1992, fue nada más la fachada del poder. Los gobiernos que ocuparon esas instalaciones eran cipayistas, enteramente devotos a concesionar el país al enclave transnacional a cambio de ocupar el Palacete. Encima de ello, la política exterior estadounidense y su Corolario Roosevelt a la doctrina Monroe se desarrollaron con toda libertad en el territorio nacional, llegando al punto de amenazar con su “Gran Garrote” (buques de guerra y sus marines) culminando en la mayor expresión de intervencionismo al sitiar Tegucigalpa en 1924 para colocar a los gobernantes más acordes a sus intereses. El hermoso edificio es un monumento a un poder nacional inexistente y a la entrega desmedida de recursos naturales hondureños, y en el período del cariato se convirtió en símbolo de sátrapas escudados en fuerzas militares para administrar el país en favor de los intereses económicos imperialistas.