Por Albany Flores
Samuel Trigueros Espino, Honduras, 1967. Es poeta, narrador, pintor y teatrista hondureño. Es una de las voces más fuertes y claras de la literatura hondureña del presente. Autor de los poemarios Amoroso signo, Animal de ritos, Antes de la explosión y Exhumaciones, este último reseñado por la crítica como uno de los libros más importantes de la poesía hondureña del siglo XXI. En narrativa ha publicado El visitante, Me iré nunca y Una despedida. En El Pulso conversamos con el autor sobre su obra literaria, su visión de la poesía y su trayectoria.
—. ¿Por qué es tan importante el metalenguaje en su trabajo poético?
—.«Desde temprano en mis ejercicios y producción literarios he tenido un gusto, más que una preocupación, por el metalenguaje como parte integral de la creación literaria. Esto deviene, quizá, de ese otro placer que es posible encontrar en la buena literatura: el de los mecanismos lingüísticos más allá de la anécdota o de una serie de hechos que el narrador o el poeta refiere en sus escritos. He comprobado que en Honduras, gran parte de los escritores como de los lectores, están más interesados en la anécdota que en la manera en que se construyen los textos poéticos o narrativos. Esto sólo produce lectores epidérmicos y escritores sin profundidad. El menosprecio hacia las particularidades del lenguaje como materia prima de cualquier escritor es lo que reproduce toda esa marabunta de escritores que salen hasta debajo de las piedras, sin capacidad para manejar ni siquiera los rudimentos de la ortografía y la gramática, no se diga para encontrar la palabra precisa ni proponer nuevos caminos para la literatura. Ahora el requisito para ser narrador o poeta es, simplemente, publicar un libro. El rigor técnico es un criterio en desuso para la mayoría en la nueva hornada de poetas y narradores. El metalenguaje, en ese sentido, es una manera de cuestionar el lenguaje mismo y la literatura y de redefinirlos constantemente, de escudriñar en sus mecanismos y “decir” de otra manera menos ramplona lo que se quiere o tiene que decir. El lenguaje es la estructura que cargamos cotidianamente, con la que nos comunicamos. Somos lenguaje. En la medida que desconocemos el lenguaje, nos desconocemos a nosotros mismos y a los demás y nos enfrentamos a una comunicación fracasada. En los lectores esto es una pena con orígenes estructurales, en los escritores es imperdonable. Se trata de hacer literatura, no de sólo confesar si hoy tengo angustia en las uñas o si estoy comiendo ravioles. Según Tarsky, ningún lenguaje puede contener su propio predicado de verdad y permanecer consistente. Para hablar acerca de la verdad en un lenguaje, y no generar contradicciones, es necesario hacerlo desde un lenguaje distinto, con mayor poder expresivo: el metalenguaje. Esa capa de lectura de mis libros ha sido poco explorada pero, quizá, con el tiempo se va a saber de qué estaba realmente escribiendo».
—. ¿El poeta es capaz de destruir los monstruos de la razón, como afirma maría Zambrano?
—.«Francisco de Goya dice en uno de sus 80 grabados reunidos bajo el título Los caprichos, que “El sueño de la razón produce monstruos”. Desconozco el contexto y la intención de María Zambrano para referirse al poeta como destructor de esos monstruos. El problema de esa sentencia enigmática de Goya es que tanto el sueño como la razón se prestan a múltiples interpretaciones. Por un lado, se podría ver la razón como una máquina productora de pesados cubos que oprimen al sueño -es decir, la voluntad, la imaginación y la creatividad-, lo cual constituye el nervio motor del antirracionalismo; pero, equidistante, está el “culto a la razón” que cultivó, quizá excesivamente, el “Siglo de las Luces”. Según esta última postura, habría que interpretar que cuando la razón se duerme, aparecen los monstruos. Significa que no se debe abandonar a la razón, para ser simples animales instintivos, pasionados o fervorosos. Supongo que María Zambrano habla del poeta como alguien capaz de acabar con los excesos de la razón esquemática y rigurosa, para abrir las puertas totalmente a lo imaginativo. En todo caso, a mí me parece que tanto la razón como el delirio son capaces de producir monstruos. Aplicado a la poesía y a los poetas, sería como afirmar que una obra escrita sólo a partir de las emociones, de los delirios, de la imaginación más acendrada, será tan monstruosa como aquella escrita sólo a partir de elementos técnicos y evidencias de la realidad inmediata. Es el concepto de realidad lo que, finalmente, está en juego. La literatura es ficción, pero no es irrealidad. Sobre esto hay mucho pensamiento acumulado y mucho por pensar».
—. ¿Cómo ha evolucionado su trabajo, particularmente en su poesía, desde Amoroso signo hasta Exhumaciones?
—.«Dos modos de ver cómo ha evolucionado mi trabajo poético son: desde la actitud creadora y desde los resultados de esa producción. Mi actitud ante la literatura, incluida la poesía, ha sido siempre de asombro, afán de descubrimiento y conciencia de que bajo las palabras vibra un sentido profundo que escapa a lo evidente, por más que el lenguaje sea preciso, que se refiera a unos hechos u objetos más o menos reconocibles en el orbe natural de la percepción. Encontrar ese sentido profundo de las palabras, de la poesía, es la aventura más grande que he vivido literariamente, en el sentido épico de búsqueda y encuentro del ser mismo. Por supuesto que el sentido lúdico y hedonista no está excluido de esa historia y que en mis inicios, como es natural, ocupó un lugar predilecto como generador del gusto por la literatura, hasta que el juego se convirtió en algo serio, con sus leyes por descubrir y manejar a favor de lo que quería escribir. Algo de eso hay en mi interés por el metalenguaje. Amoroso signo fue un libro brevísimo de poemas con el que obtuve una mención para poetas jóvenes en Puerto Rico, hace muchos años. De ese libro, sumamente romántico, en el que apenas mostraba cierta delicadeza en el uso del lenguaje, hasta Exhumaciones, hay muchas páginas escritas y desechadas, mucho trabajo en la conciencia del lenguaje. Los resultados de ese construir de conciencia y trillar productivo me hacen creer que algo he avanzado y que he alcanzado algunos logros técnicos y estéticos a partir de la palabra, pero creo que todavía puedo hacer un poco más. Conservo el asombro ante los misterios de la palabra y la necesidad vital de descubrir y descubrirme en la literatura».
—. ¿Considera a Exhumaciones como su trabajo poético mejor logrado hasta ahora?
—.«Exhumaciones es un libro que valoro mucho por varias razones. Fue escrito en medio de la crisis, pero tratando de mostrar que la poesía representa una vía para superar esa crisis. Como casi todos mis libros, el texto comenzó a construirse, casi literalmente, en mi interior, a la manera del personaje Jaromir Hladik, es decir, como un milagro que ocurría en mi mente que por aquella época permanecía turbada por los medicamentos que debía tomar para soportar los dolores de una hernia cervical que me mantuvo tirado en el suelo durante ocho meses. Estas minucias personales no tienen importancia, sino como referente de la crisis personal que vivía y de la crisis de país derivada del golpe de Estado de 2008. Las comunidades, las personas, fuimos sometidos a presiones terribles que pusieron a prueba nuestra capacidad de sobrevivencia como género humano. Algunos mantuvieron un sentido ético, solidario, racional y sensible; otros sacaron lo peor de sí mismos, sus miserias humanas, para imponerse en una lucha carnicera por el poder y el protagonismo. Se volvió a los viejos vicios de la delación, la calumnia, la sospecha, la descalificación, la persecución y la lapidación. La enfermedad que me había derribado no se podía comparar con la descomunal calumnia, juicio y condena que se levantó sobre mi cabeza en aquel instante. Mi derrumbamiento era profundo y no creí sobrevivir a ello. Estaba en crisis todo: la política, la institucionalidad del país, la integridad física, la cordura, la ética, los lenguajes, todo. Preparé demandas legales en un contexto de ilegalidad institucional, busqué la sombra definitiva, pero algo frenó mi caída final y lo que con ella iba a arrastrar. Entonces pensé que no podía comportarme como una bestia más en medio del páramo. Exhumaciones comenzó como un esfuerzo de la mente por salir del delirio y del caos y como una respuesta a la barbarie nacional y, sobre todo, humana, en la que caímos. En un mundo hecho pedazos, donde la verdad no estaba en las palabras de casi nadie, quise aportar un poco de conciencia política y humana a través del lenguaje poético. Yo era el primer exhumado en el interior de ese libro que se escribía a medida que iba recuperando la sobriedad, el amor por la vida, la capacidad de perdonar sin olvidar, a medida que mi mundo destruido se recomponía a partir de sus pedazos. Así fueron surgiendo los poemas, bajo una estructura de capas o estratos que van de lo más personal a lo global, en un juego especular donde tanto lo mejor como lo peor de la humanidad se encuentra resumido, cuestionado, puesto en evidencia, como en un acto de exhumación que saca de la tierra, que recupera de entre los escombros, la verdad de un cuerpo en degradación, pero aun con posibilidades de regenerarse desde sus huesos. La poesía mostraba esa capacidad de proponer vías para superar las crisis más profundas de la humanidad. Hay una construcción razonada, pero también hay en Exhumaciones una búsqueda para dejar un rastro sensible de época y del devenir humano. Para mí, eso es poesía: un testimonio de que a nuestro paso por la Tierra no sólo produjimos guerra, insolaridad, comercio y miseria. En ese sentido, creo que logré decirlo seleccionando bien los monstruos de la razón y los del delirio que necesitaba dejar afuera o adentro del libro».
—. ¿Puede decirse que sus poemas Otra ventana y Adiós a todo eso, dedicado a Alfonso Cortés y Robert Graves, respectivamente, no sólo representan la esencia poética y temática del libro, sino también algunos de sus autores predilectos?
—.«El poema Otra ventana, es un pequeño homenaje que hice para el poeta nicaragüense Alfonso Cortés. Está escrito haciendo acopio, como en muchos otros textos del libro, de los recursos de la intertextualidad, en un diálogo con el poema Ventana, tan llevado y traído, de Cortés. Lo hice porque, además de que me había impactado técnicamente la lectura de ese poema, la vida de Alfonso Cortés, entrando y saliendo de la locura a la razón, sin diferenciar cuál mundo era más racional o más válido o más verdadero, me pareció un signo de los tiempos y de mi propio estado en aquel momento, cuando los medicamentos me mantenían entre dos mundos deseables y, a la vez, espantosos, con una flor de cenizas en la mano como evidencia de que ambos existían. Adiós a todo eso, es el poema con el que cierro el libro Exhumaciones. Nuevamente la intertextualidad hace su entrada, no como un capricho técnico, sino como recurso para mostrar que los esplendores y horrores humanos son, de alguna manera, atemporales. El título proviene, como se sabe, de la novela autobiográfica de Robert Graves (Farewell to that all), publicada cuando Graves decide dejar Inglaterra para instalarse en Deiá, Mallorca, donde viviría hasta su muerte y donde publica en ediciones muy limitadas otros de sus libros, impresos en una vieja máquina Albión, nombre que también es el más antiguo con que se conoce Inglaterra. El libro narra los avatares del joven Graves en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, como teniente de los Fusileros Reales de Gales. Siendo que Robert Graves se consideraba a sí mismo, sobre todo, como poeta, me pareció significativo y adecuado para mis propósitos en Exhumaciones cerrar con esa conversación en la que Graves deja atrás el continente oscuro de la guerra para habitar la soleada Mallorca, del mismo modo que yo estaba intentando dejar atrás una época sombría en un istmo tan propenso a la extinción, para refugiarme en la poesía como en una pequeña isla rodeada de escombros. La selección de autores que aportan títulos, versos, epígrafes, sentidos poéticos de la realidad, vida, es otra capa de lectura que se puede excavar en Exhumaciones. Ese es otro libro dentro del libro».
—. ¿Puede la poesía aprenderse en las aulas como profesión, o será siempre un oficio del alma?
—.«La poesía nunca podrá ser reducida a un salario, por lo cual nunca podrá ser considerada una profesión. Eso no quiere decir que alguien que estudia literatura no pueda terminar reconociendo de qué está hecha la poesía, cuáles son sus materiales evidentes (palabras, silencios, lenguaje, historia, estructuras, efectos, figuras, etc.), pero si lo que se quiere es construir un poeta, eso no ocurre a partir de sólo esa argamasa técnica. Así lo que se crea es un Golem o, mejor dicho, un Frankenstein de las letras. Aunque es técnica, la poesía está más allá de la técnica, en una región de misterio y concreción lingüística que se dinamita y se reconstruye a sí misma. No es tampoco una epifanía de esa categoría cristiana que es el alma. Como decía Rilke: “Si me preguntan qué es poesía, no lo sé; si no me lo preguntan, lo sé”».
—. Usted es pintor y escritor, ¿A cuál de ambos oficios se siente más cercano, tiene uno?
—.«En mi adolescencia un querido maestro de Bellas Artes, que ya no está en este plano, me confrontó y casi me conminó a decidir entre la poesía y la pintura como práctica cotidiana. En aquel momento me vi en un gran dilema, pero descubrí que no podía dejar lo uno ni lo otro. Guardo un enorme respeto por ambas disciplinas y creo que una cosa es que podamos, con todo derecho, acercarnos a todas las artes, oficios, tradiciones, pero otra es que podamos subsistir y aportar algo valioso en todas ellas. Hay que saber distinguir entre el oficio y el violín de Ingres, dimensionar dónde están mejor invertidas nuestras capacidades y aptitudes y quiénes somos en el universo de los creadores. Para mí, hay algo que unifica el trabajo que he hecho en pintura como en literatura: se trata de una imagen constante que sostiene la obra: es la poesía que no reconoce celdas y recorre la vida ¿Acaso no hay poesía en la pintura como en las letras, en un teorema o en la forma del Nautilus? No me siento cercano a la pintura ni a la poesía como algo externo a mí, sino que me sé “parte de” esos ejemplos del multiverso. Quizás, en el fondo, aunque esté escribiendo poemas o pintando o editando, lo único que estoy haciendo es poesía».
—. También ha escrito narrativa, ¿qué experiencias ha encontrado en ese campo literario?
—.«La narrativa me ha acompañado desde la infancia. Los primeros libros que me apasionaron fueron de narrativa, no de poesía. En ellos empecé a reconocer el valor justo de la palabra. Tuve la fortuna de aprender a leer en “El Quijote”, antes de que en la escuela me hicieran leer “Capullo y colita”. Siempre hubo en mi niñez alguien que me trajo buenos libros -como Capitanes intrépidos o los cuentos de Andersen y los hermanos Grimm- o hubo sucesos misteriosos como el de encontrar en un tiradero de basura dos libros en rústica, sin portada, ilustrados a colores, que me lanzaron de cabeza a un mundo imaginativo que me atrajo con el mismo magnetismo de un abismo. Tiempo después supe que lo que había encontrado y leído maravillado era El escarabajo de oro y Viaje al centro de la Tierra, nada menos. En mi primer libro, luego de años de lectura obsesiva, hice converger poemas, cuentos e ilustraciones. Eran pruebas de estilo que recibieron cierto elogio, pero no fueron totalmente entendidas como tales. Aunque suele reconocérseme más por mi poesía, he publicado cada cierto tiempo narrativa. No soy un lector dogmático, sólo de poesía. Quien sepa rastrear los códigos, los motivos y referencias de mi poesía, podrá encontrar en ella tanto a grandes poetas como a narradores, dramaturgos y hasta astrofísicos. De igual manera, en mi narrativa hay grandes trazos poéticos, no sólo por el efecto que producen algunos párrafos, sino por la búsqueda constante de la palabra precisa. Ni la poesía ni la narrativa son campos de libertinaje lingüístico. La narrativa es el mismo pero distinto campo de batalla que me interesa en la poesía y en la pintura: el lenguaje».
—. Su cuento largo Me iré nunca, galardonado hace unos años, es una historia sobre los desafíos y dolores de la migración ¿Por qué no ha florecido la narrativa sobre la migración en una región de migrantes?
—.«Me iré nunca, en su capa más evidente, es una historia de tantas historias contextualizadas en el fenómeno de la migración, que las familias sufren y los gobiernos provocan. Sin embargo, en un plano más profundo -más poético, quizá-, se trata de la razón enfrentada a la imaginación, de las necesidades materiales confrontadas a las necesidades afectivas, de la batalla entre el sueño y la pesadilla. El sistema nos ha transferido una serie de valores que dictan que debemos rendirle culto al trabajo, a la pasividad, al paraíso cristiano, a la convivencia ciudadana, a la democracia, a los sueños como algo deseable y bondadoso: en ese rango de “valores” se encuentra el “sueño americano” como aspiración a una mejor vida. Sin embargo, en Me iré nunca, hay un momento en que el personaje masculino, en la víspera de su viaje al norte, entra a una especie de trance donde la pesadilla le prefigura una serie de sucesos nefastos a partir de la decisión de migrar, es decir, la pesadilla resulta mejor consejera que el sueño, “americano” en este caso. Desconozco las razones por las que no ha “florecido” una literatura regional basada en ese tema. No sé si es deseable, incluso».
—. Su más reciente publicación, Una despedida, es una novela corta testimonial sobre la separación familiar en tiempos del conflicto de Honduras con El Salvador ¿Qué representa para usted esa historia?
—.«Más que una “novela corta”, prefiero pensar que Una despedida es una novela breve, en la que hay unos sucesos personales que forman parte de la ficción general de la obra. No puedo negar que hay algo de testimonio hay en ese libro, pero no me interesa solamente hablar de mi biografía que, seguramente, poco importa al lector. Me interesa hacer literatura y mostrar con ella quiénes somos como género humano, qué hace la guerra en las personas, qué tan frágiles o persistentes somos ante los sucesos de la vida y de la muerte; me interesa establecer una forma personal que se oponga al caos. De ahí que mucho de lo que narro en Una despedida ha sido creado o recreado por la memoria y por el olvido, por la voluntad, por la necesidad y por las dificultades técnicas, incluso. Una despedida es múltiples despedidas contenidas en una sola despedida, la de un hombre que agoniza con un balazo en la cabeza. Hay la despedida de la vida, la despedida del amor, la despedida de una mujer como de muchas, la despedida de la inocencia, la despedida de un padre, entre otras. Es increíble que en un texto tan breve pueda caber tanto. Alguien me dijo que a medida que avanzaba en la lectura, lo menos que sentía es que se trataba de un texto breve. Eso es ya un logro, creo. Luego hay una estructura y unos recursos empleados, entre los cuales está la intratextualidad: el texto se comunica consigo mismo, resignificando los elementos que van apareciendo en el libro, de tal modo que las flores de ítamo real, el colibrí, los disparos, el agua, y muchos otros, cobran distintos significados en dependencia del lugar en el que están colocados en la economía del texto. En última instancia, Una despedida representa para mí el cierre de una historia (la de esa separación temprana de mi padre) y el inicio de otras, posteriores al atroz encuentro y a la necesaria despedida de él».
—. Sabemos que hay una colección de cuentos a punto de salir al público, ¿qué hay de eso?
—.«Hay una colección de relatos que quizá se publique este año. El libro está prácticamente listo, sólo en maceración, esperando decisiones que debo tomar en una edición final de autor; pero también esperando que concurran los recursos económicos que se necesitan para publicarlo. Son textos escritos a lo largo de varios años y reunidos en este libro de título aún provisional: Funeral en la alberca».