Por Albany Flores
Jorge Medina García, Olanchito, Yoro, 1948. Es uno de los referentes más importantes de la narrativa hondureña. Autor de siete libros de cuentos, tres novelas y un poemario, su obra ha sido traducida a distintas lenguas y ha sido reconocida con importantes premios nacionales y extranjeros. Conversamos con el autor sobre su vida, su obra y sus visiones literarias.
—. Autor de una vastedad de cuentos, ¿Cómo concibe al cuento?
—.«No asumiré un plano magisterial. Mi propósito al escribir es que alguno lea lo que escribo y que de esta relación resulte una reflexión, un rechazo o un asentimiento.
Como nuestro país no se distingue por el número de sus lectores, lo que debemos hacer los escritores es buscar acrecentar la cantidad de ellos con un, digamos, baño de calidad, que en vez de oscurecer, ilumine pensamientos. Para ello debo, pienso yo, apartarme un tanto de las abstracciones y de los caminos de erudición que seguramente no conducirían bien las ideas que comparto a donde quiero que lleguen.
Toda teoría lingüística o literaria está dicha y medida y yo solo propugno por un lenguaje escueto, limpio e inteligible que llegue casi como una conversación de amigos al campo del lector común y corriente. El cuento, en mi criterio, no es más que prosa relampagueante. Una narración limitada, artificial, monotemática las más de las veces que, aun en frases demoradas, se nos muestra viva y vivificante. Por decirlo en una frase: el cuento es vida concentrada en palabras».
—. ¿Prefiere el cuento al relato? ¿Por qué?
—.«La frontera entre el uno y el otro, es tan sutil que nunca me he preocupado por averiguar si lo que escribo es cuento o es relato, ya que uno está englobado en el otro y viceversa. ¿De qué sirve eso —me pregunto— además de proporcionar un tema de conversación a los literatos? No ando estableciendo diferencias o similitudes entre ellos sencillamente porque me da igual y prefiero dejarlo para quienes están interesados en el aspecto didáctico del asunto. Ignoro en cual casilla podría colocar cada una de mis narraciones y lo seguiré ignorando a propósito porque eso no cambiará nada de lo que me interesa».
—. ¿Cree que el cuento puede ser perfecto (a diferencia de la novela) como afirmaba Borges?
—.«No hay nada perfecto. Lo que para uno es bueno, no lo es para otro, como se sabe hasta la saciedad. Entonces, lo que se puede hacer y es lo deseable, es aproximarnos a un nivel de excelencia; hablando en términos de casticidad, de verosimilitud o de apasionamiento».
—. ¿A qué atribuye la vigencia de Pudimos haber llegado más lejos?
—.«Este pequeño libro se ha editado y reeditado muchas veces. En breve, incluso, se reeditará de nuevo. No pude haber encontrado mejor carta de presentación, hace más de veinticinco años, para ingresar a las filas de la literatura nacional. Estoy muy agradecido con Editorial Guaymuras, que lo publicó, con Edmundo Lobo que hizo la primera y magnífica portada y jamás tuve la oportunidad de agradecérselo personalmente; con Juan Antonio Medina Durón que escribió la breve presentación y sobre todo con mi amigo entrañable, Roberto Sosa, que escribió otro breve prefacio (algo inusual en él) y se echó a cuestas la tarea de apoyarme.
Gente hermosa, humanista y conocedora, como Helen Umaña, Eduardo Bahr, Julio Escoto y Juan Ramón Saravia, entre otros, se encargaron de prolongar este apoyo con sus escritos solidarios.
El texto sigue agradando a sus lectores y condesciendo en que aún tiene actualidad. Roberto Sosa creía que ese libro inauguraría una literatura “De ocupación” en nuestro país que hasta el sol de hoy no se ha dado. Sin embargo, la temática sigue vigente: ocupación militar extranjera, ansias de rebelión, desvergüenza política tradicional, opresión estatal, pobreza irremediable y carencia de fe. Allí están, continuamente carcomiéndonos.
Por otra parte, este texto responde a lo que digo en mi primera contestación a esta entrevista. Cada narración está escrita o se ha procurado escribir, con la sencillez y naturalidad que pregono como clave para abrirse paso hacia una literatura con lectores. En esta tierra medieval, el escritor que al paso de los años no se haga de un grupo considerable de lectores, solo puede subsistir como un simple elemento ornamental».
—. Su obra es abundante en temáticas de la ciudad de Yoro. ¿Qué impresiones particulares tiene de esa ciudad?
—.«De Yoro, para mí, parte todo. Yoro es el cordón umbilical de mis trabajos literarios. No podría ser de otra manera. Las costumbres yoreñas, sus bromas íntimas, sus secretos, su historia y principalmente su gente con sus modos de hablar, de divertirse, de engolosinarse y pelearse me han marcado para siempre, aunque no naciera aquí físicamente.
Mi madre era oriunda de Olanchito y mi padre de Yoro. Aquella vino a servir y educarse junto a otras muchachas de El Progreso a la casa patriarcal de la familia Medina que en las medianías del pasado siglo, mantenía cierta predominancia social, aunque no tanto económica. Mi padre la sedujo, la embarazó y se fue expulsada del círculo de mojigatería donde estaba encerrada.
En Olanchito no le fue mejor y su misma familia la defenestró de su seno. Me parió como pudo, con sobradas precariedades y nací allá, en el valle de Olanchito, donde crecí hasta los seis meses y fue a traerme mi abuela Doña Choncita Medina, quien enterada de la precariedad que atravesaba mi madre, fue en su ayuda. Decía haberme encontrado jugando dentro de una caja de cartón bajo de un árbol y al lado de una pila donde mi mamá lavaba ropa ajena.
Más adelante, mis padres se reconciliaron y procrearon dos hijos más, pero mi abuela me mantuvo en Yoro, con ella, debidamente entrenado sobre lo que debía declarar ante el juez en el aciago caso de que mis padres me reclamaran ante algún tribunal, algo que nunca ocurrió, afortunadamente.
Así que soy yoreño desde los seis meses de edad y de mis paisanos aprendí lo bueno y lo malo que de mi esencia procede. ¿De qué más, pues, podría escribir con pleno conocimiento del asunto? Todo ha surgido de Yoro: aspiraciones, fracasos, celebraciones de amor, desdichas de desamor y hondísimas cuchilladas de injusticia y despojo. Todas mis historias suceden alrededor de esta demarcación municipal y pienso que es así como debe ser».
—. Su segundo nombre es Fausto, igual que el personaje principal de su novela Cenizas en la memoria. ¿Es ésta una novela biográfica, casi testimonial?
—.«Fausto se llamaba también mi papá, pero ni él ni yo nos vemos realmente retratados en el personaje a que se refiere. Simplemente me pareció apropiado. Algo así como una especie de homenaje nominal. El nombre de mi abuela Choncita lo usé también en otra oportunidad, con más complacencia, incluso.
Y ya que tratamos del tema autobiográfico dentro de una obra, debo decir que eso es cierto en muchísimos casos. Más de un personaje que he creado se desprende de mi forma de ser, de actuar o de pensar y de algunas experiencias personales que me ha tocado vivir o le ha tocado vivir a alguno de mis parientes o amigos cercanos. Eso proporciona más verosimilitud a las historias, las afirma y las enriquece, y estoy convencido de que este es un recurso recurrente en casi todos los escritores de ficción del mundo entero porque no puede ser de otra manera. Se debe inventar, crear los artificios literarios a partir de lo que mejor se conoce y creo que, con algunas excepciones lo que mejor conocemos es el pueblo donde crecimos, los amigos que tuvimos y este ego que encarnamos.
—. ¿Qué género le resulta más cercano, la novela o el cuento?
—.«No sabría decirlo bien. Ambos géneros me gustan por igual aunque es posible que mejor se me dé el cuento. Este me resulta más accesible. Lo puedo crear a partir de una imagen mental o un sentimiento y con la secuencia adecuada llevarlo a un final convincente. Luego es cosa de pulirlo.
La novela, en cambio, lleva más elaboración, más personajes y una más intrincada trama que necesita fundamentalmente de la verosimilitud y del interés, asuntos nada fáciles de lograr. Tanto uno como otra acaban llenándome de satisfacciones. Tengo escritos siete libros de cuentos y tres novelas. Ello debe indicar algo».
—. Hace un par de años obtuvo el Premio Centroamericano de novela por su novela El viento que sopla los carbones apagados del amor. ¿Qué hay de eso?
—.«Cierto. El viento que sopla los carbones apagados del amor concursó con otro título que cambié porque este me parece más apropiado y porque me sentía un poco molesto con el entonces Ministerio De Cultura, Arte y Deportes que estaba obligado a publicarlo y nunca lo hizo. Creo que es una buena novela y el mejor elogio lo obtuve del Dr. Juan Antonio Medina Durón, quien me dijo personalmente y a su auditorio de manera general, en un programa que presentaba los lunes en Canal 10, que le gustó tanto dicha novela que la había leído una noche de un solo tirón. Que un verdadero Maestro, que un lector profesional diga esto, es para pensárselo. En realidad se entusiasmó tanto que llegó al grado de hacer las gestiones necesarias para proponerme en nombre de la Universidad Pedagógica Nacional “Francisco Morazán” al Premio Nacional de Literatura, en 2012. Yo ya había sido propuesto al mismo el año anterior.
Falleció con la creencia mutua de que la politiquería y los compadrazgos han impedido otorgar este premio a muchos escritores que lo merecían. Era un gran ser humano en todo aspecto. Nunca podré agradecer lo suficiente a su memoria, por la solidaridad que con tanto desprendimiento supo mostrarme cuando correspondía».
—. Versos Adversos es su más reciente publicación, y es a la vez su único poemario. ¿Por qué ha publicado su poesía hasta ahora?
—.«Este poemario es un libro sin pretensiones, como los demás que he escrito. Y no será único. Espero publicar otro así a finales de año o comienzos del otro. Es una forma de reivindicar los escritos de mi juventud y de mi pasión primera, porque comencé a escribir poemas a los 12 o 13 años de edad y seguí haciéndolo durante mi adolescencia y ocasionalmente ahora en esta madurez.
La poesía merece todo mi respeto y por eso solo me atreví a publicar cuando vengo de vuelta de tanto recorrido y entiendo que esos versos no pueden ser negados por pudor o por miedo al qué dirán los críticos. Se los debía a mi juventud y a mi primera pasión literaria. Allí están. Pueden dejarlos o tomarlos sin afectarme mucho, aunque a mí me parezca que no están mal».
—. ¿Qué relación sostuvo con Roberto Sosa y Daniel Cano Andrade?
—.«Mi primera amistad fue con Daniel, que permanecía en Yoro. Daniel ya había publicado un par de poemarios y era una notabilidad municipal. Mi juventud e inexperiencia no impidió que fuéramos buenos amigos, compartiéramos tragos y todo eso. Hasta puedo decir que él suscitó en mí, por primera vez, el deseo de publicar mis cuentos iniciales. Me permitió, incluso, escribir un prefacio para una de sus obras publicadas.
Yo deseaba escuchar otras opiniones y principalmente la de Roberto Sosa, nuestro emblema poético, a quien yo no conocía personalmente. Daniel, que no se llevaba bien con Roberto, me desaconsejó hacerlo en virtud de su inaccesibilidad y su reconocido criterio sarcástico y desprovisto de sutilezas. «Ni los va a leer» me decía Daniel, relatándome su versión de algunos desencuentros personales con el maestro.
Cuando Cano, tiempo después, falleció de un síncope, el muchacho que lo acompañaba me contó que había andado, una hora antes, buscándome en mi casa sin encontrarme. Sentí mucho su partida y recuerdo que se me quebró la voz varias veces al momento de decir algunas palabras frente a su féretro.
A los 27 años de edad, fungía yo como Alcalde Municipal de Yoro, cuando Roberto llegó a la Secretaría Municipal a constatar el estado de su inscripción de nacimiento en nuestros apolillados libros de Registro. Allí nos conocimos, y conocí también a Doña Lidia, su inseparable y amada esposa.
Yo ya tenía vínculos de amistad con Doña Petrona, su madre, y con sus hermanos Emilia, Leonor, Mercedes, Cristóbal y especialmente con Héctor, con quien fui condiscípulo en la Escuela “Daniel Quiroz”, de modo que nuestra amistad nació y se fortaleció como toda naturalidad.
Muy pronto se habituaron a visitarme cuando venían a Yoro y yo a ellos cuando iba a Tegucigalpa. Hablábamos de todo, reíamos a carcajadas (Roberto tenía un agudo sentido del humor) y trasegábamos algunas cervezas en alegres convivios que aún recuerdo con nostalgia. Era tan fraterno conmigo que muchas veces condescendía a pedirme opinión sobre algún verso que estaba cincelando.
Cuando consideré que teníamos confianza de sobra, le mostré mis cuentos y pedí su parecer. Ya se sabe el resto. No solamente le encantaron, sino que los presentó a muchos conocedores y especialmente a Isolda Arita, directora de la Editorial Guaymuras, quien los publicó de inmediato. Isolda fue quien me proporcionó el título del libro, tomándolo de la primera frase de un cuento mío: “Pudimos haber llegado más lejos”.
Roberto fue un hermano más para mí. Hablaré más de él y de Daniel en un libro que estoy escribiendo: “Ciudad de peces, sin mar”».
—. ¿Qué opinión tiene sobre el actual panorama literario del país?
—.«Hay jóvenes talentosos con y sin obra publicada. Sus creaciones andan por allí, muy buenas algunas, haciendo lo que se puede en un ambiente hostil y analfabeta. No mencionaré nombres porque se tienden a olvidar algunos. Me refiero a personas como usted mismo, Albany. El problema es que nuestro sistema, empeñado por su ideología, en mantener sumergidos en la oscuridad a sus artistas e intelectuales con el avieso propósito de menoscabar un poder que lógicamente se revertirá contra ellos tarde o temprano, cierra a cal y canto los espacios que otros países libertarios mantienen esplendorosamente abiertos de par en par para servicio del pueblo entero, clausurando un Ministerio de Cultura que siempre tuvo abandonado, negando méritos a sus pintores, escultores, escritores, poetas, fotógrafos, teatristas, cineastas y músicos, despreciando proyectos educativos y culturales, eludiendo crear verdaderas políticas culturales de corto, largo y mediano plazo y en suma, mostrándose como el símbolo de barbarie y exterminio que, esencialmente, siempre ha sido.
Hay, por supuesto, ambientes privados, universitarios unos, extra nacionales otros, donde se promueven y existen algunos movimientos culturales: Conferencias, conversatorios, presentaciones de libros, talleres, conciertos, certámenes, exhibiciones, etc. que vienen a cubrir necesidades intelectuales importantes, pero son claramente insuficientes porque lo que necesitamos son proyectos que involucren a toda la nación, integrales y holísticos. Nuestros medios de difusión, que son un mundo aparte, suelen ocasionalmente presentar estos brotes culturales esporádicos como asuntos sociales de la misma estofa que sus cumpleaños, sus bodas y sus nacimientos porque carecen de espacios culturales críticos y confiables y no tienen una idea clara de la trascendente significación de la Literatura.
A quienes formamos parte de este invisibilizado ejército, solo nos queda la perseverancia de pulir nuestra obra y la paciencia de aguardar esa fecha que debe llegar más temprano que tarde. No hay mal que dure cien años, ni pueblo que lo resista».
—. ¿Cómo concibe el oficio de escritor?
—.«Así, como un oficio más. Una labor menestral de la misma categoría que cualquiera. Tan hermosa y esplendente con la de confeccionar un vestido, sembrar una milpa o fabricar un par de zapatos. Sólo que agregándole algo que todos deberíamos tener: la misión intelectual de descubrir nuestras lacras sociales y denunciar sus perversos ejecutores con todas las fuerzas del modo de expresión que hemos elegido».