Esta semana se presentó en Barcelona el libro de crónicas «Barcelona Inconclusa» del periodista y escritor argentino Laureano Debat. La obra fue presentada por el escritor Jorge Carrión en las instalaciones de Altaïr.
Barcelona inconclusa nace de un blog de viajes en el que durante cinco años el periodista y escritor ha pensado y narrado una ciudad que no es todavía la suya, para apropiársela a través de la escritura. Adoptando la actitud del cazador de la que habla Martín Caparrós y desde una mirada que oscila entre el odio a la ciudad marca y la fascinación por sus prodigios, todo puede ser detonante y leitmotiv de las crónicas: el arte contemporáneo y la arquitectura urbana, el piso compartido con dos prostitutas, los trabajos precarios, el turismo, el esoterismo, los rituales argentinos, los deportes, la música indie, las librerías, la sociedad de consumo, los atentados terroristas o los barrios del extrarradio barcelonés.
La duda permanente sobre sus pensamientos y percepciones, y un perspicaz sentido del humor alimentan el estilo narrativo de estas polaroids de palabras, cuyo denominador común es el movimiento continuo: caminatas, viajes en metro, autobús y bicicleta, pero también la expectación efímera ante una pared palimpsesto que se modifica cada día.
El cronista sigue un rumbo similar al de esos personajes inmigrantes que escritores como Sebald, Chejfec o Teju Cole sitúan en ciudades que a la vez los desbordan y estimulan. Como ellos, Laureano Debat devora las calles que pisa e indaga en sus recovecos, matices, paradojas, reivindicaciones y extravagancias.
Siempre desde la incertidumbre e intuyendo que se va desprendiendo de su yo en cada paseo inconcluso, que la dialéctica con la ciudad lo va transformando en otro.
Laureano Debat nació en Lobería (1981), un pueblo entre la sierra y el mar en la provincia de Buenos Aires. Estudió Periodismo y Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata, donde también trabajó como docente en diferentes talleres de escritura. Vive en Barcelona desde el 2009 cuando llegó para cursar el Máster en Creación Literaria en la Universitat Pompeu Fabra.
Como periodista cultural ha colaborado en los suplementos Radar, de Página 12, y Cultura(s), de La Vanguardia y en la revista Orsai. Ha incursionado también en otros ámbitos del periodismo: arquitectura, ciencia, política y derechos humanos. También trabajó como productor y locutor de radio, copy publicitario y guionista. Actualmente colabora como cronista de la Revista Ñ (Clarín) y Anfibia de Argentina; Altaïr Magazine, Eldiario.es/Catalunya Plural y Vice de España; y Radioacktiva de Colombia.
LA VISIÓN DEL AUTOR
Los mapas, tan exactos con su escala. Tan solventes en hacernos creer que sabemos dónde estamos. Como pésimo lector de mapas, dudo tener alguna certeza posible mientras piso el suelo de Barcelona. Camino por barrios que despiertan más preguntas que respuestas, que alimentan obsesiones. Que dan sentido, en definitiva, a una cierta escritura.
Todavía circulan en mi retina algunas de las primeras imágenes de la ciudad, como instantáneas de la sospecha de estar habitando una ficción: los edificios goteados, las tiendas de moda dentro de murallas medievales, los barrios tecnológicos sobre despojos de fábricas abandonadas, una adolescente con hábitos musulmanes y un piercing rosa furioso en la nariz, el bronceado naranja de un turista danés sacándose fotos en las Ramblas con músicos bolivianos vestidos de indios siuoxs norteamericanos.
A partir de esta textura inconexa, el modelo de mi cartografía personal sobre Barcelona se fue acercando bastante a la Guía Psicogeográfica de París, de Guy Debord: un plano anárquico de echas que apuntan hacia múltiples direcciones, en donde reina el desorden y la desorientación. Vivir y transitar la ciudad al margen de los mapas ya no sólo por ser un mal lector de mapas, sino también porque la propia ciudad es un desorden, a pesar de que la nomenclatura matemática de barrios, los tarros clasificadores de residuos o la puntualidad limpiadora de las calles traten de ordenarla.
Entendí enseguida que ordenar Barcelona era imposible, que reinaba el caos y que su movimiento era permanente. Y en esa inquietud se fue dibujando mi propio mapa de la ciudad, un mapa inconcluso hecho de experiencia vivida, sensaciones, memoria y sueños. Un mapa caótico trazado a pulso en caminatas por la ciudad.
Dice Luis Martín-Santos en Tiempo de silencio que “cuando uno llega a una ciudad piensa que esa ciudad lo está esperando”, planteando un dilema permanente del inmigrante, esa falsa ilusión que no podemos evitar sentir. Sabemos que nunca es verdad pero igual necesitamos creer que ese sitio nos necesita, aun con la conciencia de que somos absolutamente prescindibles y que la ciudad seguirá moviéndose con o sin nosotros.
Lo mismo que sucede con la escritura. Necesitamos concebir nuestros textos como imprescindibles y necesarios, sabiendo que seguirán el rumbo musiliano de “una recta que avanza titubeando en la nada”, el mismo camino del viajero errante que se desprende de su yo en cada paseo o en cada escrito. Que va mutando en su encuentro dialéctico con la propia ciudad que lo transforma. Y que lo convierte en otro.
*Texto tomado del Dossier de prensa de Editorial Candaya.
**Las fotografías pertenecen al archivo del autor.