por Sofia MISELEM
México, México
La noche del 2 de octubre de 1968, cuando una manifestación estudiantil fue aplastada brutalmente por militares, el gobierno mexicano estuvo pendiente de las redacciones de los periódicos, y sus agentes incluso confiscaron material que documentaba lo que luego se llamaría la «masacre de Tlatelolco».
Jesús Fonseca, fotoperiodista de El Universal, de los principales diarios mexicanos, estuvo esa noche en Tlatelolco. «Cuando pregunté por mis fotos, me dijeron ‘vinieron unos agentes del gobierno y se llevaron todo’. ¡Cinco rollos!», exclama 50 años después.
La Plaza de las Tres culturas, en el corazón del Tlatelolco, céntrico barrio de la capital mexicana rodeado de edificios de departamentos, había sido escenario de un mitin estudiantil de lo que históricamente se conoce como «el movimiento del 68».
Había también mexicanos de la calle que ansiaban desfogar su indignación contra el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), que gobernaba con mano dura.
Los diarios «no te publicaban o te publicaban lo que querían. Si había violencia o sangre, nada, a menos que fuera entre estudiantes», recuerda en entrevista con la AFP Nidia Marín, que con 20 años era reportera de El Gráfico, edición vespertina de El Universal.
Ambos entrevistados coincidieron en Tlatelolco hace 50 años. Durante las balaceras, se refugiaron en un baño de la plaza con otros 15 colegas. Y ambos aún se estremecen al recordar aquella noche.
«Mire, la piel se pone chinita», repite Fonseca mientras recorre, muy erguido a sus 91 años y con cámara colgada al cuello, la Plaza de las Tres Culturas. Narró a la AFP, con hora precisa, la fatídica noche.
Marín, en cambio, rechazó acudir a Tlatelolco. «Muchos muertos», dice. Sólo volvió en 1985, tras el terremoto del 19 de septiembre que derribó edificios enteros de la zona.
– Poder presidencial omnímodo –
En 1968 era otro México, con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en su esplendor hegemónico, la oposición reducida a un puñado de legisladores, sin una sociedad civil organizada y la prensa sometida a un férreo control.
En 50 años, las autoridades nunca han ofrecido una explicación de lo acontecido en Tlatelolco más allá de que el Ejército fue agredido por civiles. Y la oleada de detenciones tras la masacre desalentó la denuncia.
«Los periódicos no traen la historia completa. Era un poder omnímodo del presidente», resume Marín. Cuando decidían publicar información «delicada», añade, quitaban la firma del reportero para protegerlo.
Fotografías de Fonseca son consideradas icónicas del movimiento, que se gestó el 23 de julio de 1968 luego de que antimotines reprimieron violentamente una riña callejera entre estudiantes. «A veces les ponían unos pies (de foto descriptivos) que nada que ver», lamenta.
El trabajo en el terreno pasó no obstante sin mayores sobresaltos. «Los soldados sólo nos pedían que no usáramos flash porque había francotiradores», recuerda Fonseca.
Al día siguiente incluso les autorizaron entrar a una morgue improvisada. Ahí, Marín vio cuerpos destrozados, incluyendo el de una mujer embarazada, cuyo bebé no nacido era visible. «Ese día sí lloré y grité», dice con voz quebrada.
Fonseca también vio a esa mujer y a un niño con el rostro destrozado. «Conté poco menos de 30 cadáveres», recuerda.
Al día siguiente, Tlatelolco fue la noticia principal en los periódicos, pero con variados enfoques: uno informó de 20 muertos en una nota sin firma, otro habló de «terroristas» y uno más señaló al movimiento de intentar boicotear los Juegos Olímpicos de México, inaugurados el 12 de octubre.
– ¿Masacre anticipada? –
Muchos testimonios de la tragedia afloraron décadas después. «Era muy difícil que en esa época dijeras algo», dice Marín.
En 2006, un colega le confesó que el mismo gobierno los alertó de estar atentos en Tlatelolco.
«A los reporteros de los principales periódicos los convocaron en Gobernación (ministerio del Interior) para decirles que iban a presenciar ‘un hecho muy importante'», explica.
Fonseca cuenta que incluso ahora un colega y amigo teme hablar. «Destruyeron su oficina, el laboratorio», explica.
¿Cuántos muertos hubo? «Nunca nadie te lo va a decir. Hemos platicado (activistas y reporteros) y unos hablan de cientos otros hasta de más de mil. Pero nunca lo vas a saber porque no sabes a dónde se los llevaron», responde Marín, quien atestiguó el traslado de cadáveres de militares.
En 50 años se han tejido numerosas teorías, que si el movimiento fue infiltrado por gobiernos comunistas o si México fue presionado por Estados Unidos.
Fonseca asegura que, confundidos entre los fotoperiodistas, también había gente «de la CIA, la KGB, cubanos».
Los Juegos Olímpicos también se enumeraron como apremiante. «Pero fue una masacre. No creo que un gobierno tenga derecho de hacer eso, creo hay otros ejercicios políticos que ni siquiera se tomaban en cuenta entonces», lamenta Marín.
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