Al oriente del país más pequeño de Centroamérica, en un municipio que apenas roza los 70 kilómetros cuadrados y los 25 mil habitantes, nació en 1917 el que quizá es el hombre más querido en la historia reciente de El Salvador.
Se dice que ahí, en Ciudad Barrios, Óscar Arnulfo Romero sintió la vocación sacerdotal desde niño. La suya fue una familia humilde, por lo que vivió de cerca la situación que defendió en otras etapas de su vida, cuando se acercó a los pobres.
Romero no tardó en consagrar su vida a la iglesia: a los 24 años fue ordenado en Roma y poco después inició su labor pastoral en la región oriental de su país. Aunque inicialmente se mostró cercano a las élites y a las fuerzas armadas, eventualmente se vio confrontado por la realidad de muchos salvadoreños que vivían en un contexto de pobreza, corrupción y violencia.
En mayo de 1970, cuando tenía 52 años, fue ordenado obispo y tuvo que enfrentar la polarización de la sociedad de El Salvador. Moverse entre ambos mundos influenció la percepción que actualmente se tiene de él. Para muchos se convirtió en un «guerrillero con sotana», pero para el Vaticano, por ejemplo, nunca se alejó de las enseñanzas de la iglesia y por eso este domingo el papa Francisco lo canonizó.
Uno de los hechos que marcó su cercanía con las víctimas de la represión militar –a las que apoyaría por el resto de su vida– ocurrió a mediados de los años setenta.
En 1974 fue nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María cuando empezaba la represión en el campo y sólo un año después la Guardia Nacional asesinó a cinco campesinos. Romero consoló a familiares de las víctimas, celebró una misa y los sacerdotes le pidieron que denunciara lo sucedido de manera pública. Sin embargo, él aprovechó que aún se mantenía cercano a los militares y se acercó a su amigo, coronel Arturo Armando Molina, quien entonces lideraba a las fuerzas armadas.
Poco después un sacerdote y amigo suyo fue asesinado y Romero puso la Arquidiócesis al servicio de la justicia y la reconciliación. Creó una oficina de defensa de los derechos humanos y abrió las puertas de la Iglesia para dar refugio a los campesinos que huían de la persecución en sus hogares. Su alejamiento de la derecha se acentuó y en sus homilías dominicales empezó a condenar desde el púlpito las masacres y asesinatos de civiles inocentes en las operaciones militares dirigidas contra una insurgencia izquierdista en las que caían muchos inocentes.
Sus asistentes dicen que jamás denunció un hecho que no estuviera cien por ciento comprobado por un equipo de investigación del arzobispado.
En febrero de 1977, cuando el descontento social estaba en efervescencia y la represión militar aumentaba, con la venia del régimen militar de turno, Romero, considerado un obispo conservador, muy amigo de los ricos y de los militares, fue nombrado arzobispo.
El Salvador vivió bajo una dictadura militar desde 1932, apoyada por gran parte de la oligarquía cafetalera y en ese año se registró la masacre de unos 30.000 campesinos acusados de comunistas que se alzaron para exigir la democratización del país. En 1979 un grupo de militares jóvenes derrocó al general Carlos Humberto Romero y el país pasó a ser gobernado por unas juntas cívico militar hasta que en junio de 1984 asumió la presidencia el demócrata cristiano José Napoleón Duarte, el primer mandatario del país electo libremente.
En medio del amor que le profesaba la gente, Romero fue asesinado mientras oficiaba misa en la capital cuando un francotirador contratado por la derecha le pegó un tiro en el corazón. El día previo, él había implorado a los militares que cesara la represión.
Para muchos de sus fieles, su muerte fue la más notable de un conflicto en el que escuadrones de la muerte integrados por civiles, policías y militares financiados por la elite salvadoreña mataron seminaristas, monjas y sacerdotes que trabajaban con los pobladores de zonas rurales, de acuerdo con el informe final de la Comisión de la Verdad de las Naciones Unidades difundido en 1983.
Su muerte «fue el primer disparo de la guerra civil de 1980 a 1992… No había vuelta atrás», dijo en una entrevista con The Associated Press Gerardo Muyshondt que escribió la trilogía «El Salvador: Archivos Perdidos del Conflicto».
«Una vez muerto fue difamado, calumniado, ensuciado, o sea que su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado», dijo recientemente el papa Francisco, quien convertirá a Romero en santo por un milagro atribuible a 2015, cuando se dice que salvó la vida de una mujer tras un parto complicado.
Ese mismo año, Romero fue beatificado y se le llamó mártir de la fe.
La guerra en El Salvador concluyó en 1992 con la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Dejó 75.000 muertos y 12.000 desaparecidos.
Informes oficiales de la investigación del crimen indicaron que Romero había recibido varias amenazas de muerte. El día de sus funerales una bomba explotó en las afueras de la catedral capitalina y francotiradores dispararon con metralletas a los más de 50.000 asistentes. Entre 27 y 40 personas murieron y más de 200 resultaron heridos, según la Comisión de la Verdad.
Fuente: VOA