Hay que poner atención a los gestos, a los símbolos. Martín Caparrós ve en el fútbol algo más allá del deporte y el juego, ve la culturalidad que lo empacha, por ejemplo Diego Armando Maradona en la final del mundial Italia 90, mientras se cantaba el himno de Alemania, él balbuceaba: hijos de puta a los asistentes en el estadio, a los que miraban en la televisión, a todos en ese estadio de un país que lo adoptó, lo cargó y amó y también hizo crecer el mito de que es un Dios.
2014 final de la Champions League, Atlético de Madrid contra el Real Madrid, Diego “El Cholo” Simeone, director técnico del Atlético, enojado, puteando a más no poder, entró a la cancha, peleó, gritó, defendió lo que consideró un robo. Perdería una final más y lo consideraría un fracaso.
Lambertus «Bert» van Marwijk, entrenador de Holanda al ver el gol de Andrés Iniesta en la final del mundial Sudáfrica 2010, chupó los dientes, demeritó el gol, su enojo era visible, empujando su brazo hacia afuera, diciendo no importa, perdió la final y su gesto quedó en la historia de la impotencia, otra vez, Holanda con un gran equipo no pudo lograr la copa, otra vez Holanda perdió, la costumbre futbolística hondureña de perder no es nativa, es mundial.
A veces tendemos a considerar que en los países del primer mundo los comportamientos tercermundistas no existen, son personas elegantes, discretas, que no podrían ofender en público, a veces interpretamos el primer mundo como sinónimo de elegancia y educación, a veces también nos equivocamos y olvidamos a los hooligans ingleses y su inglesa forma de violencia.
En el fútbol las reglas no cambian, un gol molesta y frustra, perder molesta y frustra, tanto en el primermundismo como en estas latitudes en vías de desarrollo, las protestas en el fútbol son iguales, gritos, agresiones a veces golpes y burlas.
La víctima: el otro entrenador, un jugador, el que recoge pelotas, el arbitro como escribió Eduardo Galeado «Este es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de opera».
El fútbol es opera vulgar, es deporte europeo latinizado hasta la reinvención, esa danza primitiva tantas veces celebrada, una competencia, la ficción en la que todos creemos que son iguales los 11 contra 11 que juegan, la medida de un hombre jugando contra la medida casi exacta de otro hombre que puede tener más talento que él, lo que puede provocar un enfado o un golpe, o varios golpes o una pelea de todos contra todos.
En el fútbol lo más nuevo es el VAR (el árbitro asistente de video), un nuevo arbitro (varias cámaras) que examinan en cámara lenta una acción antes de que el arbitro central pueda tomar una decisión en base a sus ojos y los de los asistentes, pero esa decisión es lo que muchas veces provoca los choques entre los directores técnicos. En el fútbol lo más viejo son los golpes y los insultos, lo inmodificable, sino cambiaría y la concepción justificada del insulto deportivo no tendría sentido y seria más como una protesta de algún enojado gremio contra algún indiferente funcionario.
En Honduras el fútbol no se renueva, desde hace unos años está estancado en la mediocridad y lo que queda es ver el pobre espectáculo, las peleas de las barras y a veces pues el triste show de los entrenadores peleándose con el arbitro, o con el otro entrenador, el rival, o con los jugadores a veces hasta con el público contrario, sus caras arrugadas, sus ojos encendidos, la saliva seca en sus labios, esa cólera manifiesta mientras golpean fuerte el camino al camerino, esos gritos adentro, esa tarjeta roja, esa expulsión que termina con un equipo sin dirección, ¿debería existir una alfabetización para el control de las emociones para los entrenadores? si, debería, porque las quejas de los disturbios adentro y fuera de los estadios son muchas, pero como sociedad no se puede únicamente acusar a un lado, hay que ser periféricos y saber ubicar los puntos que no terminan de conectar.
Se espera un cierto tipo de comportamiento de cierto tipo de personas en ciertos cargos, pero en Honduras, la excepción es regla y a veces son esas personas que teniendo una imagen más visible ostentan el peor comportamiento, puede sonar a una queja común y cursi, pero aún no hay una respuesta concreta de ningún lugar.
Anillos de seguridad, impedir que los aficionados de un equipo no entren al estadio, pedir y comprometerse a un comportamiento ejemplar no basta, porque muchas veces los jugadores y cuerpo técnico ofrecen una pelea, una disputa, una ronda de insultos, la intolerancia no solo es del aficionado, también es de los jugadores o entrenadores, no entregar la pelota cuando sale de la cancha, patearla para retrasar el juego, buscar la confrontación para medir la tolerancia del otro. A falta de (buen) fútbol los insultos son ley.
Antes de una final de la Liga Nacional los ánimos siempre son tensos, un comentario puede desencadenar una tormenta de insultos, en este caso comenzó antes del segundo partido de la semifinal Marathón – Motagua cuando Héctor Vargas, técnico del Marathón le dijo maricón a Diego Vásquez, técnico del Motagua porque este último dijo que que el vicepresidente del Marathón, Rolando Peña salió abrazando al arbitro central del partido del domingo (el que Marathón perdió), y de esta forma se convierte en un chisme y comienzan las disputas verbales, las amenazas y las burlas, justificando todo el discurso de odio en el fútbol.
Una acción de la que se desconoce la intención fue considerada por Vargas como una teoría de la conspiración y desató su homofobia contenida, sin resposabilidad claro, porque el fútbol perdona esas incontinencias verbales, es parte del juego, de la cultura del fútbol, del fútbol mismo, como los cantos de las barras, de las tajaditas, la cerveza caliente, las camisas, todo se vale en el lenguaje del fútbol, hasta insultar a una comunidad, porque lo caliente del partido licencia el odio y pues al final todos regresan al mismo lugar, a justificar la derrota en el arbitro o en el calor o en el fraude, entonces es pemitido el insulto en aras de embellecer el fútbol.
Diego Armando Maradona en su partido de despedida (10 de noviembre de 2001) en La Bombonero, Estadio del Boca Juniors, dijo que la pelota no se mancha:
“Porque que se equivoque uno… Eso no tiene por qué pagarlo el fútbol. Yo me equivoqué y pagué. Pero, la pelota… La pelota no se mancha…»
Ante estás declaraciones sobre su conducta, cabe la pregunta, ¿por qué los entrenadores en el caso de Honduras si manchan la pelota con sus actitudes?
Fácil es señalar a las barras, -las que no se salvan de un examen de consciencia y conducta-, pero ¿desde dónde vienen las actitudes consideradas antideportivas? Si los entrenadores son la imagen de un equipo, cuando estallan en un exceso de cólera por una decisión que no les favorece entonces es justificable que esa conducta se reproduzca en sus jugadores y lo que sucede en la cancha llegué a las gradas.
Luego de ganar el partido que le dio acceso a la final, el entrenador del Motagua apareció en un video cargando una mochila en su espalda y diciendo que llegaba a la final como mochilero en referencia, otra vez a Héctor Vargas, quien dijo que Vásquez llegó a Honduras como un mochilero, comentario sin gracia y xonofobo, también ofensivo hacia quienes son viajeros y recorren el mundo con ese adjetivo de mochileros, pero en el fútbol como en la política las palabras son usadas para defender una posición y ofender al otro, el juego del bluff. Cabe recordar que los dos entrenadores son argentinos.
El domingo Diego Vásquez, enfrentará a su Motagua con el uruguayo Manuel Keosseian, el que después de la final que perdió contra Motagua agredió a Robinson Miguel Montoya Martínez, solo porque este gritaba «Motagua campeón» como parte de su trabajo como animador del partido, pero, otra vez, todo se justificó por lo caliente del ambiente, la pérdida, la triste derrota, aunque Keosseian se disculpó la pobreza emocional de sus acciones quedó grabada en televisión y en el cuerpo de Robinson.
Mientras tanto el domingo 26 de mayo, comienza el primer partido de la Gran Final del fútbol de la Liga Nacional de Honduras, en donde se espera, digo se espera porque con el precio de los boletos, al menos el aficionado espera 90 minutos más el alargue un poco de fútbol, o al menos que no jueguen a definir todo en el segundo partido, lo que llevaría a otro tema: ¿es necesario cambiar el formato de la Liga?