Venganza: Ascenso y caída del todopoderoso JOH que se volvió capo de la droga

Redacción El Pulso22 abril, 2022

TEGUCIGALPA, Honduras 

Consummatum Est. Todo ya está dicho, Juan Orlando Hernández se fue del país con el máximo repudio popular por los actos de corrupción cometidos en su gobierno, con el agravante que es sindicado por la justicia de EE.UU. por presuntos vínculos con el narcotráfico, por lo que podría pasar el resto de sus días en una prisión norteamericana.

Solo pasaron 84 días desde que entregó la banda presidencial a su sucesora Xiomara Castro y el infierno se abrió para un gobernante que en sus ocho años de mandato fue indolente al sufrimiento popular, que profundizó el neoliberalismo, mientras en el total silencio -según las autoridades- era la cabeza visible de una megatrama conspirativa para meter al menos medio millón de kilogramos de cocaína «hasta por las narices» al país del norte. Esa misma nación que lo aupó durante ocho años hasta que se volvió un cuadro incómodo para sus intereses de dominio en una región que siempre será vista como el patio trasero de la potencia norteña.

Desde la noche del 14 de febrero, cuando se supo que la Secretaría de Relaciones Exteriores trasladó la nota verbal al Poder Judicial sobre el pedido de extradición de JOH (conocido por sus iniciales), se veía venir una noche oscura de la que el controvertido líder nacionalista no podrá salir, mucho menos para la entidad que lo acobijó por años, lo formó política e ideológicamente; que echó al cesto de la basura el humanismo cristiano que le imprimió el expresidente Porfirio Lobo y se dedicó a gobernar con quienes dieron la espalda a las bases que llevaron a su líder al Palacio José Cecilio del Valle y a quienes solían neutralizarlos con mostaza, pan y 50 lempiras.

A las 2:27 de la tarde del 21 de abril finalizó un capítulo oscuro en la historia de Honduras y a esa misma hora comenzó otro para Hernández: ir a probar su inocencia ante el juez federal Kevin Castel, el mismo que juzgó y condenó a su hermano Juan Antonio, pues ambos eran investigados desde 2004. Hay una avalancha de evidencias en su contra que deberá desvirtuar y rebatir los testimonios de quienes habrían traficado droga con él.

Hernández salió como todo un rockstar casi al mediodía desde la sede de las fuerzas especiales de la Policía, vestido de azul, rodeado por agentes fuertemente armados hasta los dientes… Quién diría que el mismo exjefe de Estado, que tantas veces visitó (y aplastó cruentamente varias rebeliones en su contra) esa unidad sería hoy el protagonista de su propio destino.

En esta ocasión, era el objetivo a entregar a las autoridades estadounidenses en la Operación Liberación, cuyos creadores saciaron su venganza al poner en bandeja de plata a quien una vez fue el hombre todopoderoso de un país azotado históricamente por la pobreza y violencia y que se convirtió en el principal exportador de migrantes a EE.UU.

El ya extraditado, el secretario de Seguridad y exdirector policial Ramón Sabillón y el exjefe de la Policía Militar y actual subsecretario de la Defensa, el coronel Elías Melgar, tienen una historia en común: ambos fueron perseguidos de manera expresa por el mismísimo Juan Orlando cuando eran sus subalternos. El comisionado en retiro pagó caro el hecho de haber arrestado en 2014 en total secretividad a los todopoderosos hermanos Valle Valle en la frontera con Guatemala, que le terminó valiendo su salida de la fuerza pública y un obligado exilio que finalizó en enero anterior al incorporarse al gobierno de la actual presidenta.

Respecto a Melgar, fue puesto en disponibilidad (sin funciones específicas) por oponerse a los planes del entonces comandante general de las FFAA de usarla a su manera y conveniencia. Los dos iban resguardando junto a un grupo de policías y militares hasta el avión N430JT. Solo era cosa de tiempo para que la tortilla se diera vuelta y los dos altos funcionarios de seguridad y defensa le dieran una cucharada de su propia medicina a quien solía jactarse de tener una lealtad incondicional mientras sirvió como titular del Ejecutivo.

En las calles, los hondureños de a pie tampoco pasaron indiferentes ante un hecho que no tiene precedentes en los últimos 100 años, mientras que simpatizantes de Libre, el partido en el gobierno, se fueron a celebrar a las calles la caída del considerado narcodictador a quien odiaron con todas sus fuerzas. En las antípodas, el nacionalismo, considerado por el exgobernante como «el más efervescente y más pujante» de Honduras y Centroamérica sufría en silencio el momento cuando su líder abordaba con suma prisa la avioneta, como si hubiera muerto algún familiar. El silencio de quienes eran íntimos colaboradores fue más pesado que la losa.

Todos los que defendían en la radio, televisión, medios escritos y redes sociales se volvieron mudos; los locuaces portavoces que en el pasado eran virulentos juanorlandistas no se pronunciaron ni en Twitter ni Facebook. Parece que el nacionalismo va muriendo lenta y dolorosamente; dicen que lo que no te mata, fuerza te da pero en el caso de la instancia política, la va debilitando. Algunas voces prevén que llegue a desparecer.

Hasta el último momento, JOH alegó ser inocente. Insistió que su calvario obedece netamente a una «conspiración» y al cierre dijo que «la verdad nos hará libes».

Pasaba el mediodía un helicóptero sobrevolaba la base área Hernán Acosta Mejía, en el cual era trasladado el exmandatario Juan Orlando Hernández, cuando aterrizó, el extraditable fue trasladado a una de las oficinas de esta instalación militar.

Cerca de la 1:20 de la tarde, un avión de la Administración de Control Antidrogas (DEA por sus siglas en inglés) aterrizó en el aeropuerto Toncontín, de inmediato fue movilizado hacia la base.

Bajaron tres agentes antinarcóticos, visualizaron el ambiente que se vivía en la aeropista en la cual estaba ubicados una gran cantidad de medios de comunicación en una restringida cubiertos bajo un intenso sol característico del verano.

Los agentes pasaron de las instalaciones de la fuerza aérea en la cual permanecieron más de una hora reunidos con las autoridades de la Secretaría de Seguridad.

La espera se intensificaba más, miembros de la fuerza de seguridad se ubicaban en los puestos asignados y postraban su mirada en una puerta de vidrio en específico.

Por un cortado de la base salieron dos agentes de la DEA, uno de ellos llevaba la llave de la avioneta, al abrirla entró inspeccionó su interior, salió y luego entró su compañero, ambos conversaron parecía que como no estaban de acuerdo en algo.

Minutos después se separaron, uno optó por revisar si la aeronave contaba con suficiente combustible, el otro comenzó a platicar con uno elemento de seguridad, quien portaba una cámara le hacía de señale a un militar como preguntándole a que hora saldría Hernández.

Continuaba la demora, la población, periodistas y hasta los militares veían la hora en su reloj.

En un momento inesperado, la puerta se abrió, era el señor Hernández que caminaba esposado e iba vestido con chaleco azul, pantalón jeans, zapatos negros y mascarilla azul, custodiado por elemento militares y policiales, al par de él estaba el titular de Seguridad, Ramón Sabillón.

Sabillón lo acompañó hasta el avión, tal como sucedió desde su aprehensión. Hernández subió al avión, en medio de insultos de los presentes, desde ahí pasó a formar parte de las riendas de la justicia estadounidense.

Se cerró la puerta y las hélices comenzaron su curso, cada vez se disminuían el tiempo del exmandatario en territorio hondureño, en un término aproximado de diez minutos, despegó la aeronave que lleva consigo la libertad de Hernández, misma que tendrá que demostrar en un juicio en Nueva York.

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