El laberinto de las palabras.

Selvin Sánchez17 noviembre, 2023

SANTA ANA, El Salvador

(Por Jorge Sagastume) Las palabras tienen la doble función de acercar el universo, a la vez, bifurcarlo. A veces, tienen la delicadeza de actuar como picaportes sencillos o sofisticados. Son conscientes, omniscientes, sensatas, viscerales y oxidadas.

Poseen la cualidad de la alteridad y la desdicha de ser sofismas para el hombre mediocre. Las palabras pueden incitar a raudales el tranvía del amor y, al mismo tiempo, incitar al odio, alimentar la razón, sembrar pluralismos, imponer paralelismos.

Oxigenan y contaminan, sacramentan y satanizan, viralizan la tertulia o monopolizan la desgracia. Son elásticas y rígidas a la vez. La piedra angular de una revolución o el significado más amorfo de una dictadura.

Son arado y pincel, arcilla, sueño, ideas, insinuaciones, provocaciones. Laguna y desierto, nubes resucitadas y cielos escarpados, fugaces estrellas y cometas devorando el imaginario universo.

Las palabras, cuando son pueriles, están condenadas al fuego del olvido; en cambio, sí toman el camino de la sinceridad, aspiran a hospedarse en la memoria individual y colectiva. Ensayos, a la vez, son errores.

Crean y desafinan la memoria, fundamentan la razón. Marcapasos de la brevedad o eternidad de los sentimientos. Para alabar la vida y sus enredos, pueden sonar vacías como viejas cáscaras de otoño.

Durante la muerte se vuelven resbaladizas, sinceras, místicas, reciclables y asintomáticas. Son gregarias lágrimas de cocodrilo levitando sobre la inútil inercia de un cadáver devorado ya por los microorganismos y la ansiedad de las bacterias.

Son catedrales de poder, conjuros y encíclicas. Son vastas y bastas, anchura, brevedad y eternidad. Alegóricas y realistas. Todo y nada. Sempiternas, a la vez efímeras.

Provocan dolor, náuseas, hacen brotar la sangre, transfiguran y fundan de un solo golpe la alegría, redimen, vanaglorian y legitiman. Son pentagramas de luz, simbolismos y aforismos. Ciertas formas narrativas arrogantes. Alamedas o terribles callejones de tristeza.

Huelen a poesía, flor de primavera, nixtamal, rama del amanecer, aroma de luna. A escarnio, pudor, desazón y augurio. Son largas y angostas, rectangulares y redondas, puntos suspensivos y puntos cardinales.

Las palabras van y vienen, huyen, se caen, se levantan. Son legados, lienzos, lirios, leyendas y pasiones.

Poseen la ductilidad de una bala, como el tallo de una flor. Pueden desencadenar una guerra, como armar las puntadas de la paz. La música de las palabras provoca el acercamiento de dos almas, así nace el amor, pero también, así se desata el desamor.

Son aciertos y desaciertos, duermevelas e insomnios, conjuros y maldiciones, pinturas y partituras. En la boca de los inútiles, las palabras son artefactos también inútiles. Son todo y nada. El vacío, la vida, la muerte. Una flor viuda.

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