APUNTES HISTÓRICOS SOBRE EL CONCEPTO DE ESTADO (TERRITORIO) EN HONDURAS.
Concepciones generales acerca del «Estado».
Por Albany Flores
El concepto «territorio» hace referencia a una determinada área que comprende tierras, aguas y espacios aéreos, y que puede pertenecer a una persona, organización, institución, Estado o país (Geiger, 1996). En realidad, la definición suele entenderse como el área geográfica, marítima y celeste perteneciente a un Estado. De este modo, Territorio y Estado son dos conceptos intrínsecamente relacionados.
En lo que se refiere al Estado, no intentaremos explicar su origen, su evolución histórica, ni su variabilidad conceptual, pero diremos que su definición puede cambiar de acuerdo a la perspectiva de donde se lo vea: política, social o territorial. De acuerdo a los estudiosos sociales, se han definido tres etapas importantes en su desarrollo: el Estado Primitivo, el Estado Feudal y el Estado Nación. De hecho, existen diversas variaciones sobre su concepto: Estado teocrático, anárquico, despótico, etc. Etimológicamente el concepto de «Estado» es una derivación de la voz latina «statu», que hace referencia al estado o condición de algo, o a la posición de una persona en la escala social.
No obstante, el concepto de «Estado» ha sido estudiado por importantes teóricos de la historia. Autores de diversas ramas del conocimiento como Locke, Montesquieu, Rousseau, Jefferson, Hegel, o Marx, han planteado diversas concepciones sobre el tema. Para Hegel, por ejemplo, todo lo que el hombre es, se lo debe al Estado, mientras que para Marx el Estado es la explotación de una clase sobre otra.
En la actualidad, el concepto más generalizado de «Estado» se ha desarrollado sobre la base teórica de los pensadores franceses Montesquieu y Rousseau principalmente (Rousseau, 1999), quienes, con sus variaciones, concibieron al Estado como «un territorio que cuenta con un orden jurídico para gobernar a los integrantes del mismo, en pro de la convivencia, la armonía, la paz social y el bien común» (Porrúa Pérez, 1999).
La idea de Estado (patria, terruño, etc.), también ha sido históricamente recreada por los escritores y la literatura en general, ejemplo de ello pueden ser las míticas obras homéricas La Odisea (la vuelta a la patria), y La Ilíada (la defensa de la patria hasta el deceso), o, ya en la Edad Moderna, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. De hecho, en el estudio introductorio («Una novela para el siglo XXI» ) realizado por Mario Vargas Llosa a la edición conmemorativa del IV centenario de la gran obra de Cervantes, el Nobel peruano señala que el Quijote es también el libro de «las patrias de Cervantes».
Para muestra, en el capítulo 72 del segundo tomo, cuando Sancho Panza divisa su aldea, cae de rodillas y exclama: «Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza tu hijo» (Cervantes, 2004). Ese sentido de patria —el de la concepción del terruño como el propio hogar— fue un elemento primario para la formación de los Estados nacionales europeos a partir de finales de la Edad Media, pues ello creó un sentimiento de pertenencia y un sentido de profunda nacionalidad que se acentuó a finales del siglo XVIII con la época del Nacionalismo europeo. Además, ese sentimiento de pertenencia posibilitó, de muchas formas, la imposición del Estado Nación frente al Estado Feudal, y con ello —como lo afirmó José Luis Romero—, la suplantación de la conciencia burguesa frente a la conciencia feudal. En otros términos, la transición de Estado Feudal al Estado Nación se dio precisamente por la imposición de la clase burguesa frente a la clase feudal, por lo que, ante todo, el Estado Nación es un Estado burgués.
Por su parte, en su obra cumbre, Il Principe, Macchiavello se refiere al Estado como aquellas repúblicas o principados que han tenido y tienen autoridad sobre los hombres —población— (Macchiavelli, 2006). A él se le atribuye la introducción del concepto moderno de «Estado».
El Estado ha tendido tres etapas históricas: el Estado Primitivo, el Estado Feudal y el Estado Nación. En realidad, los cientistas sociales aun no logran ponerse de acuerdo sobre qué es exactamente el Estado Nación, y más bien, el mismo suele entenderse históricamente como la etapa moderna del Estado.
Teóricamente, dicho concepto hace alusión a aquellos espacios geográficos que poseen tres características puntuales, a decir: un territorio plenamente definido, una población relativamente constante, y un gobierno sustentable y ordenado; pero que además cuenta con una cultura, un sentido de pertenencia, una lengua y un pasado común, es decir, un conjunto de elementos creadores de nacionalidad e identidad nacional (Pastor Fasquelle, 2002).
Estado Nación en Honduras.
¿Cuándo comenzó la construcción del Estado Nación en Honduras y cuál ha sido su resultado? En un criterio puramente personal, en Honduras, este proceso no comenzó directamente a partir de la Independencia, como sí pudo haber ocurrido en América del Norte o Sudamérica, pues, como se ha escrito en múltiples ocasiones, la Independencia centroamericana no se conquistó a través de las armas —como sí ocurrió en el resto de América—, sino más bien por medio del consenso de la clase criolla que gobernaba la Provincia; misma que propugnó por una Independencia de escritorio antes de ver una guerra. Por otro lado, esto puede evidenciarse en las anexiones al Imperio mejicano y a la República Federal de Centroamérica luego de la separación de España.
Probablemente, el paso del Estado Feudal al Estado Nación en el territorio hondureño se dio con más fuerza durante el periodo gubernamental intermitente de José María Medina (1863-1876), cuando se promovieron cambios fundamentales en la estructura estatal (la creación de la República, la primera Constitución Política del Estado, la creación del escudo y la bandera nacional, la oficialización del nombre «Honduras» para el territorio, la «creación» de un verdadero ministerio de Hacienda, etc.); aunque sus raíces directas se encuentran en los gobiernos de la década de 1840.
Durante la década de 1840, cuando dio inicio una nueva etapa en la educación pública hondureña, el sentimiento de nacionalidad, los elementos de identidad y cohesión social, así como el sentido de pertenencia de los hondureños era, como sigue siendo hoy día en un menor grado, escaso y casi inexistente. No podía ser de otra manera; los habitantes de los recién emancipados Estados centroamericanos vivían todavía inmersos en los ritmos y modos de vida netamente coloniales (Torres Rivas, 2011).
Es muy posible que la mentalidad general de los ciudadanos comunes —que por otro lado no comprendían a cabalidad qué era aquello de la Independencia—, estuviera signada todavía por la idea de dominación y su carácter de súbditos del sistema monárquico, y que por tanto tampoco supieran qué era exactamente lo que sucedía con su nueva forma de vida (la Independencia).
El cambio, la repentina transición de un sistema monárquico a un sistema de vida independiente pudo haber causado en ellos profundas contradicciones y confusión de su realidad. Todo ello sumado a los nuevos desafíos que enfrentaban como sociedad. El simple hecho de no saber qué era aquello de la Nacionalidad inquietaba a los hombres de letras a manifestarse sobre el tema:
«Se continúa escribiendo sobre este tema sin adelantarse nada. En Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala se publican impresos que se dirigen a proyectar el modo de organizar un gobierno o autoridad nacional…¿Hay o no hay gobiernos ya establecidos con absoluta independencia en los Estados?…¿Estos gobiernos tienen medios sobrados para existir?… ¿podrán dar algo para el sostenimiento de las nuevas autoridades que se proyecta formar?» (ANH, El Redactor Oficial de Honduras, “Nacionalidad”, edición del 15 de febrero de 1846, p. 85).
Además, era evidente la desesperación y el desánimo de la sociedad al no saber de qué manera podían solucionarse los conflictos y los desafíos de una sociedad que al contrario de avanzar en su ordenamiento jurídico, social, intelectual y económico, se debatía todavía en disputas personalistas: «Hasta aquí el juego ha sido de Partidos; derrocar a los que mandan por los que quieren sucederlos» (Ibíd., p. 86).
Por un lado, el Estado Feudal (cuyos últimos vestigios permean en la sociedad hondureña de hoy) era un tipo de organización política en la cual todas las funciones directivas de una sociedad (económicas, jurídicas, administrativas y militares) eran ejercidas por los mismos individuos, y donde la vida estaba sustentada en tres pilares: la Iglesia, los señores y los peones, es decir, los que rezan, los que guerrean y los que trabajan. El modo de producción feudal tenía profundos matices esclavista. Por el contrario, el Estado Nación es un modelo fundamentado en la independencia de las actividades y de las funciones, la «libertard» del trabajo y la moderación de las relaciones laborales.
Por otra parte, para la investigadora Teresa García Giráldez, una de las dificultades de la no conformación de la Nación en Centroamérica (en Honduras), ha estribado en un error semántico y fonético: siempre se ha visto al Estado desde un sentido cívico (Patria), y no desde un sentido cultural y étnico (Nación).
Para ella, fue esto lo que imposibilitó la conformación y consolidación de la nacionalidad, de la nación en sí, pues «La dimensión institucional y cívica se colocó por encima de la cultural y étnica» (Casaus Arzú y García Giráldez, 2005). Es más, en esta discusión sobre las diferencias entre Patria y Nación encontramos dos pugnas intelectuales de dos célebres pensadores centroamericanos: el maestro José Cecilio del Valle, pensador de talla mundial, y Antonio Batres Jáuregui, un brillante intelectual de su tiempo. Por una parte, José Cecilio del Valle defendía la nación cívica, mientras que Antonio Batres Jáuregui la nación civilizada.
No podemos olvidar que en ese momento (década de 1830), no existía una clase intelectual extensa, pues ésta sólo apareció en Centroamérica a finales del siglo XIX como producto de los intensos cambios de la segunda mitad de ese siglo. El papel de los pocos intelectuales que tomaron parte en la vida pública fue vital en la creación de leyes y proyectos orientados al mejor funcionamiento del espectro público, y su compromiso era defender la libertad, la justicia y los valores universales; la ética y la moral que devolverán a los individuos la claridad de las ideas (Casaus Arzú, Marta Elena y García Giráldez, Teresa., p. 2).
En Honduras, la comunidad intelectual se vio reducida a muy pocos nombres como el de José Cecilio del Valle —muerto temprano en 1835—, Juan Nepomuceno Lindo, y algunos otros hombres cuyo pensamiento y actos eran poco decisivos para el proyecto estatal, y en definitiva, fuera de las excepciones mencionadas, no hubo en Honduras una clase intelectual propiamente dicha antes de finales del siglo XIX.
Aun así, al igual que en la Europa de tradición medieval, la casta intelectual hondureña de mediados del siglo XIX era en esencia la clase clerical compuesta por frailes y párrocos, mismos que habían educado en sus aulas parroquiales a los hombres de «pensamiento libre» que luego buscaban el progreso.
Fuera de esto, el Estado Nación hondureño de hoy cuenta con una estructura jurídica establecida, con una población y territorio (terrestre, marítimo y celeste) afianzados. Sin embargo, en los años correspondientes a la última década, la definitiva consolidación del Estado ha enfrentado un nuevo gran reto: la implantación de lo que bien podríamos llamar un gobierno paralelo o un gobierno de facto (con estructura logística, mando indiscutible, armas, recurso económicos e impuesto propio (impuesto de guerra), con territorios tomados y con capacidad combativa). Nos referimos por supuesto al crimen organizado, que como ha propuesto Roberto Saviano en su libro Zero, Zero , Zero, parece representar un peligro latente para la propia seguridad de los Estado de hoy, pues no sólo se ha infiltrado en la administración pública (Narco-Estados), también están listo para derrocar a los gobiernos.