Era viernes por la noche cuando Roxana llegó a la radio. Luego supe lo hacía cada cierto tiempo. Cuando llegaba, los locutores programaban un par de horas con música para poner en ella toda su atención. Había cierta ansiedad en la preparación de todo.
—Hoy va a venir Roxana —anunció Luis al resto de los locutores de la radio.
Yo no sabía quien era ella, pero pude suponerlo por la reacción que generó en todos.
—Uy que rico —dijeron.
—Quedate —me indicó Luis, sonriendo—, fijo te sale algo.
Yo respondí que sí, sin saber a qué se refería.
—Me dijo Will que querés aprender a hacer radio.
—Sí —respondí.
—¿Podés trabajar de noche? Entonces vení dos veces a la semana, vas a estar con el DJ hasta que podás pinchar solo.
—Bien.
—¿Que te parecen los programas?
—Están bien —comenté, aunque yo poco sabía de radio.
Me quedé en la cabina escuchando el programa. Había un tonto muchacho que hablaba cualquier cosa al micrófono y reía a carcajadas, luego, cuando el bloque se le agotaba, mandaba una o dos canciones de moda que amarraban nuevamente a una audiencia igualmente tonta que siempre llamaba para felicitarlos por el excelente programa.
—A mi me gusta la radio —dijo Luis mientras sonaba una canción de fondo—, porque es como la escarcha. Las chicas se enamoraban de uno por la voz, como Roxana, ya la vas a ver.
—¿Quien es ella?
—Una maje allí que está medio loca —me dijo.
Roxana era una chica bonita, no particularmente linda pero parecía saludable. Era un poco mayor que yo, tenía unos 16 o 17 años de edad, su cabello negro y largo hasta la cintura, de nariz grande y cejas pobladas, sus pechos pequeños como de prepuber y unas carcajadas que llenaban la cabina. Le gustaba cantar en vos alta y hablar mucho, aunque decía poco. Pero lo más importante de ella, era que resultaba sumamente fácil llevarla a la cama.
Cuando llegó Roxana, ya todos sabían el orden del servicio. Primero iría el director de la radio, luego los dos locutores y finalmente los tres que estábamos de visita ese día. Por suerte yo no sería el último, había un infeliz más después que yo.
Nadie le pagaba a Roxana, simplemente hacía las cosas porque las quería hacer y no parecía molestarse mucho con el orden de los turnos.
Luis, el director de la radio, se fue con ella a un cuarto viejo que tenían como bodega de piezas electrónicas y cajas de discos. El resto nos quedábamos en la cabina respondiendo las llamadas y complaciendo melodías.
10 o 15 minutos después iba el siguiente. Éste volvía y compartía los detalles del sexo. Y así hasta llegar a mi turno.
A decir verdad, cuando pensé en coger con aquella chava (luego que cuatro majes pasaran primero) y meter mi pene en un lugar lleno de fluidos externos, del semen mezclado de mis compañeros de cabina, en una época en donde el condón no se mencionaba: Me daba asco. Pensé en inventarme una excusa, algo como «no me siento bien hoy para el sexo», «me duele la cabeza» o cualquier cosa que me permitiera salir de aquella situación incómoda. Pero entre los hombres el sexo es una prueba de honor y quién se rehúsa produce sospechas. Así que tomé valor y entré al pequeño cuarto.
Allí estaba Roxana, su pelo caía hasta sus hombros y se esponjaba sobre su cabeza. Se estaba acomodando la falda cuando entré, vi sus rodillas huesudas y sus piernas flacas. Vi su nariz y noté que tenía un diente torcido que le daba cierta inclinación a la boca.
—Hola —le dije, como si no la hubiera saludado antes.
El cuarto era pequeño, una bodega con aparatos regados por todos lados, cajas de cartón con palabras en inglés y mucho polvo. Casi en el centro del cuarto habían improvisado un pequeño nido con una colchoneta vieja y manchada que olía a aceite y sudor.
Yo me senté junto a Roxana. Ella me miró y sonrió.
—¿Es la primera vez que haces el amor? —me preguntó. Me pareció tierno que llamara de forma tan bonita a aquel acto tan animal.
Su sonrisa era linda, como de una niña.
Yo había tenido sexo varias veces ya. Después de mi experiencia con Ana, había visitado un par de noches la habitación de la empleada doméstica de mi casa, una mujer sin nombre memorable ni dientes, que debió haber sido muy pobre para colocarse abajo en el escalafón de jerarquías de mi hogar y que asumía como parte de su labor, el servir de descargo pasional de los hombres de la familia; había estado una vez con una prostituta, en un ritual de iniciación masculina, cuando mi padrastro, preocupado por mis gustos por el baile moderno, me llevó a un oscuro cuarto de un nightclub de la Calle Real, en donde una mujer flaca apresuraba el coito para poder salir nuevamente a la calle.
—No —respondí a Roxana.
—¿Querés coger también? —me preguntó con la dulzura de una hermana mayor.
—Si —le respondí.
Roxana acercó su boca a la mía y me besó. Su boca sabía dulce.
—Cerrá los ojos, no quiero que me veas —dijo mientras pasaba su mano sobre mi rostro.
Yo hice caso.
El sexo con Roxana fue húmedo, sin ruidos altos ni declaraciones de amor al final de un abrazo apretado. Dejó en mí una profunda sensación de vacío, de una soledad poblada por orgasmos etéreos.
Al salir de aquella bodega, había en mis compañeros de la radio cierta prisa por deshacerse de Roxana. Cada quien volvió a sus quehaceres y ella quedó sola viendo las cajas de discos en la repisa. Cuando finalmente dijo «me voy», recibió en respuesta adioses fríos. Yo sentí pena por ella y decidí acompañarla.
-Yo también voy saliendo —dije.
Los locutores de la radio me miraron con cierta malicia y se despidieron de mí con la misma expresión desinteresada.
Caminamos con Roxana por la segunda avenida de Comayagüela, entre el tráfico opaco de la noche. Ella iba hacia el parque central y yo en la dirección opuesta, pero decidí acompañarla hasta su estación de buses.
—¿Cómo conociste a los chavos de la radio? —me preguntó Roxana.
—Por Will. ¿Lo conoces?
—Claro que lo conozco, si somos grandes amigos.
—Con él somos compañeros del grupo de baile.
—Ah que bueno. A mi me gusta el baile también.
—¿A sí? Podrías entrar al grupo.
—No creo que sea muy buena. Mi mamá dice que bailo toda patuleca.
—Ay no te creo —dije riendo.
—Sí, en serio. Tendrías que verme, parezco una cucaracha pataleando. ¿Y tenés novia?
—No, tenía una pero nos dejamos hace poco.
Roxana guardó silencio viendo la acera de la calle.
—¿Vos tenes novio?
—Creo que no —dijo.
—¿Crees que no?
—Es que no sé, él me busca a veces y luego se pierde y no contesta mis llamadas. Creo que no es mi novio realmente.
Esta vez yo guardé silencio viendo la acera de la calle.
—¿Y sabe él lo que haces?
—¿Qué hago?
—No se, eso que acaba de pasar en la radio.
—Ah, eso. No, no sabe. Creo que nadie lo entendería.
—¿Y por qué lo hacés? —pregunté.
Ella encogió los hombros y arrugó la cara restándole importancia a mi pregunta.
—No se —respondió luego de un rato—, supongo que porque puedo. Me gusta hacerlo.
—¿Te gusta?
—Si, siento que hago feliz a alguien y eso me gusta.
Yo guardé silencio, quise seguir con la conversación, pero sentí que era incómoda para Roxana.
—El jueves es la competencia de baile. ¿Vas a ir? —preguntó Roxana luego de un rato.
—Si claro —dije—, hemos estado practicando bastante.
—Estoy segura van a ganar.
—Hay buenos grupos compitiendo —comenté.
—Que va —dijo Roxana, sonriendo—, todos bailan como yo.
***
La competencia de baile fue en el Gimnasio Rubén Callejas Valentine a la orilla del río Choluteca. Ese día las graderías del gimnasio estaban repletas de jóvenes que aplaudían y silbaban con cada grupo que entraba al escenario para presentar sus coreografías. Como dijo Roxana, ganamos sin mucho problema y así nos hicimos del campeonato regional.
Al salir del escenario vi a Roxana en la gradería que gritaba mi nombre y el de Will. Yo levanté la mano para saludarla, alegre de tener alguien que me reconociera entre el público y me llamó la atención que Will pasó de largo sin siquiera volver a ver a Roxana.
—Roxana te estaba saludando —dije a Will al rato, mientras nos quitábamos la ropa luego de la presentación.
—¿Quién?
—Roxana, la chava de la radio.
—Ush no, que asco —dijo.
Yo me sorprendí con su respuesta.
—Pensé que eran amigos —comenté.
—Jodás, esa maje está loca —remarcó Will—. Ni dejés que se te pegue.
—¿Por qué?
—Porque sí man, a esa maje le falta un veinte pal peso. ¿Ya te la cogiste? —preguntó Will maliciosamente.
—Claro que no vos, yo no me metería con ella —mentí.
—Pues sos pendejo entonces —respondió Will, vistiéndose-, ella coge con cualquiera y un polvo no se le niega a nadie —agregó.
Al salir del gimnasio vi a Roxana cerca de la puerta. Quiso saludar a Will pero éste pasó de largo sin siquiera voltear a verla. Ella pareció sorprenderse y luego sonrió al verme.
—Hola Oscarín —dijo.
—Hola —saludé y seguí de largo.
No volteé a ver, quizá si lo hubiera hecho habría visto a Roxana de pie, en medio de la gente, sola.