LA MATANZA DE LOS LAURELES EN EL GOBIERNO DE RAMÓN VILLEDA MORALES

ALG7 septiembre, 2018

El 6 de septiembre de 1961, durante el gobierno de Ramón Villeda Morales, un grupo de 11 hombres aparecieron muertos en la zona de Los Laureles en Comayagüela. La Historia registra el incidente como La Matanza de los Laureles.

Cuenta el reporte oficial, que un grupo de conspiradores se trasladaron al sector de Los Laureles en la capital de Honduras, con el propósito de recoger unas armas que iban a entregarles cómplices suyos del Primer Batallón de Infantería.

Descubierto el complot, una patrulla de la Guardia Civil al mando del capitán Rafael A. Padilla, se constituyó al sitio de reunión para detener a los conjurados a medida que llegaran.

El gobierno, naturalmente, dio la versión de que el grupo presentó resistencia pero, además de que no hubo siquiera un herido de parte de la tropa, dos de los sobrevivientes, Benjamin Solano Castañeda y Adán Zelaya Galindo, a quienes se les dejó por muertos en el campo, explicaron a la prensa el día 13 de septiembre cómo ocurrieron exactamente los hechos.

Cuando estuvieron todos, simplemente se les puso en fila y se les disparó con las ametralladoras. Murieron 11 personas.

Entre las víctimas se encontraba el licenciado Alberto Sierra Lagos, alto dirigente del Partido Nacional quien tenía varios impactos de bala en las axilas, señal de que se le ejecutó con las manos en alto; el Mayor de Infantería Francisco Coello y su hermano José, J. Ramón Osorio y el licenciado José Ángel Padilla.

Según la columna del licenciado Efraín Aguilar Zelaya, en el lugar de los hechos, Sierra Lagos con las manos arriba igual que los otros prisioneros, le manifestó al Capitán Rafael A. Padilla, éste con pistola en mano y los guardias con fusiles, que en su condición de miembro del referido Consejo, él estaba investido de inmunidad, recibiendo como respuesta los disparos mortales, precedidos por estas palabras: “¡Aquí está tu inmunidad!”.

Benjamín Solano, al ser entrevistado por Vicente Machado Valle h., declaró que había sido capturado junto a los demás, por una patrulla al mando del Capitán Rafael A. Padilla, Jefe Departamental de la Guardia Civil. En el camino, según la versión del sobreviviente, fueron ejecutados dos prisioneros, quienes intentaron fugarse, los demás fueron bajados cerca de “Los Laureles”, a quienes se les ordenó colocarse en fila, al estilo militar, procediendo inmediatamente los guardias a vaciar sus armas sobre la humanidad de los hombres indefensos. Solano fue dejado por muerto, con una herida en la cara y otra en los genitales. Cuando los guardias se largaron, vadeó el río y llegó a “La Burrera”, donde fue recogido por un vehículo militar que lo llevó a la Escuela Militar “General Francisco Morazán” para que le fueran suministrados los primeros auxilios, posteriormente fue trasladado al Hospital La Policlínica, de donde sería conducido al cuartel de la Guardia Civil para ser remitido finalmente a la Penitenciaría Central.

La ciudad capital vivió un virtual “estado de sitio”, continúa en su relatoEfraín Aguilar Zelaya, las patrullas de la Guardia Civil recorrían las calles, varias casas fueron allanadas y algunas personas capturadas. Fueron detenidos, entre otros, el Jefe de Redacción de Diario “El Día”, periodista Vicente Machado Valle h., mientras estacionaba su automóvil en el Parque Central, el motivo de su detención fue haber entrevistado al sobreviviente de la masacre Benjamín Solano Castañeda, mientras era atendido en el hospital, también, Jorge Carías, Darío Scott, Abogado Luís Mendoza Fugón en su bufete, General Pedro F. Triminio, Secundino Valladares Barahona, Carlos Vicente Galindo, Doctor Joaquín Rivera Méndez, Tiburcio Membreño Aguilar y Raúl Alonso Días.

Fue hasta el domingo 19 de octubre que fueron puestos en libertad algunos de los detenidos en la PC, por su supuesta participación en el caso sangriento de “Los Laureles”, en vista de que el auto de prisión dictado por el Juzgado Segundo de Letras de lo Criminal, por el delito de Rebelión no estaba arreglado a derecho, revocándolo por el delito de Conspiración, que era fiable. 

Entrevista a Benjamín Solano Castañeda, publicada por El Heraldo

Solano Castañeda había pertenecido a la Guardia de Honor del nacionalista Tiburcio Carías, cuenta con detalles lo que le pasó aquella fatídica noche lluviosa de 1961.

Ese día un amigo suyo, José Ramón Osorio López, le pidió que lo acompañara a “un baile” por la carretera al batallón, donde iba a tener la oportunidad de ver a su novia. El pequeño carro que andaba lo dejó Solano Castañeda a unos metros del Primer Batallón de Infantería, en un sector conocido como Changrilla.

Cuando regresó al automóvil vio que estaba rodeado por unos 40 guardias al mando del capitán Rafael A. Padilla, quien -según el entrevistado- cumplía órdenes del director de esta unidad militar, Marcelino Ponce Martínez y del ministro de Gobernación, Ramón Valladares h.

“De inmediato me dijeron: ¡manos arriba! Padilla le ordenó a un guardia de raza negra que me registrara, pero al no encontrarme ningún alfiler como arma, Padilla le dijo al guardia que me despojara de cuanto portaba, quitándome el reloj, anillo, cartera. Tras de mí también venía Osorio López, quien también fue detenido, registrado y robado”.

Poco a poco fueron llegando agentes de la Guardia con más gente capturada.

“Como a las ocho de la noche llegó el teniente Augusto Murillo Selva, llevando al licenciado Alberto Sierra Lagos (magistrado del Consejo Nacional de Elecciones) y a tres personas más a quienes no conocí”, dice Solano Castañeda.

El licenciado Sierra Lagos “tan pronto vio al capitán Rafael Padilla, le quiso hablar, quizá para preguntarle el motivo de su detención, pero el asesino no le dejó hablar y con voz imperiosa le dijo: conmigo nada tiene que arreglar”.

Cuenta el testigo que “a los pocos minutos Padilla se acercó a Sierra Lagos y le dijo: deme las llaves de su carro, pero no pudo encender el carro”. Añade: “Seguían llegando patrullas con más detenidos.”

Eran como las diez de la noche cuando regresó Rafael A. Padilla en una patrulla, ya sin el carro del licenciado Sierra Lagos, relata Solano Castañeda, mientras con su mano temblorosa mueve papeles y fotos.

Su amigo Osorio López, el que lo había invitado a la fiesta, al saber que les faltaban pocos minutos de vida le dijo al ahora sobreviviente: “Solano, perdóneme por haberlo traído a la muerte”.

Antes de matarlos fueron interrogados al estilo de los más crueles asesinos. El sobreviviente cuenta que en cierto momento, cuando le preguntaban por las armas, se encolerizó y les dijo: “Si armas tuviera me hubiera batido a tiros con todos ustedes”.

Padilla ordenó que “nos montaran seis hombres en cada patrulla, pero en ese momento solo había dos patrullas y montaron seis hombres en el carro de alquiler”.

“En la patrulla número seis montaron al licenciado Sierra Lagos, a Osorio López, a Mondragón, a dos miembros activos del Ejército Nacional, uno de apellido Cerrillos, otro de nombre Ponciano y a su servidor”, cuenta Solano Castañeda. “Todos los guardias que nos esperaban tenían pañuelos blancos amarrados de la boca hacia atrás”.

Solano Castañeda cuenta que dijo al comandante de la tropa, Wilfredo Almendárez: “Lo único que te diré es que lo que aquí vas a hacer es un crimen, hazlo pronto”.

“Terminando mis palabras ordenó a sus asesinos: ¡Preparen! En ese momento como que la mano divina me giró la cara hacia el río, quizá con la idea de lanzarme sobre el cerco. A hacer el impulso iba cuando oí la voz asesina; ¡fuego! Todos caímos tendidos y abrazados por la muerte, recibiendo yo solamente un tiro en la cara que me penetró por el pómulo derecho y me salió en el izquierdo. Caí boca abajo, pero los asesinos no conformes nos ametrallaron uno a uno”.

“Seguidamente comenzaron a darle uno a uno a los cadáveres, yo les estaba oyendo todo. Cuando me dieron vuelta, uno de ellos dijo: ¡este está vivo, termínenlo! Se acercó un guardia haciendo cuatro descargas, pero el poder divino estaba conmigo y de los cuatro balazos solo recibí tres, uno en el pene y dos en la pierna izquierda, me estiré y me hice el muerto. Cuando se retiraron yo abrí primeramente el ojo izquierdo para ver si había alguien cuidando, pero solamente vi cadáveres. Me di vuelta con sumo cuidado y levanté el alambre y comencé a deslizarme, cayendo al río”.

Solano Castañeda se salvó de milagro. Como pudo se alejó del lugar, se le atravesó a un bus que frenó. Le contó la historia al motorista, que lo llevó a la Escuela Militar. Los militares le dieron protección, lo atendieron y la mandaron al hospital San Felipe.

Estando ahí lo sacaron los policías y lo llevaron a la Penitenciaría Nacional, donde estuvo preso más de un año. Salió libre tras el golpe de Estado propinado por los militares a Villeda Morales el 3 de octubre de 1963.


Fuentes: Enciclopedia Histórica de Honduras, Graficentro Editores Tomo 11 1989; «Este está vivo, termínenlo», entrevista a Benjamín Solano Castañeda, diario El Heraldo, 28 de febrero de 2015; «Masacre de los Laureles», Efraín Aguilar Zelaya, proceso.hn

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