Por Manuel Sandoval Cruz
Francisco sabe y conoce la dimensión pastoral y académica de Mons. Silvio, pues en la última visita Ad Limina, el mismo Pontífice le dijo que no olvidara nunca la opción del martirio. Es decir, le confirmaba que siempre iba ser un blanco de la dictadura por la fortaleza profética de su ministerio. Brenes y Báez confirmaron lo que la exdiplomática estadounidense, Laura Dogu, afirmó en días atrás: que había un plan para asesinar al Obispo, incluso la embajada americana en Nicaragua precisó los detalles del atentado.
Por otro lado, deja muchas dudas el hecho que el Pontífice no le dijera a monseñor Báez con qué objetivo iba a Roma. Un Obispo de la altura de Silvio Báez es inconcebible que no conozca su nueva misión cuando se rozaba con las esferas más altas de la intelectualidad vaticana, y dirigía una revista de alta divulgación teológica.
El Obispo Auxiliar es una espina en el zapato de la dictadura por la fuerza moral, el testimonio, la amplia aceptación dentro de la población nicaragüense, pero, también, no sonaba muy a gusto entre los grupos fácticos que pensaban en la economía y no en la dignidad humana del pueblo nicaragüense, y en su despedida siguió mencionando que el dinero era el nuevo becerro de oro. Apeló siempre al diálogo con voluntad política. Por eso en sus últimas entrevistas destacó la liberación de los presos políticos y el respeto a los derechos como innegociables para un buen diálogo.
Daniel y Rosario pudieran considerar una victoria el hecho de haber alejado a monseñor Silvio de Nicaragua, pero es una derrota; derrota que el mundo entero se dé cuenta que un Obispo emprende un exilio forzado porque la dictadura que lideran quería asesinarlo. Silvio Báez se queda en la conciencia del pueblo, como imagen viva de un pastor al estilo de Jesús.
Durante la vida pública de Jesús padeció calumnias, falsedades, persecución, hostigamiento y críticas. El evangelio dice: “Entonces cogieron (los judíos) piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo” (Jn. 8:59). Jesús no se esconde por cobardía, lo hace por prudencia, porque todavía no es su hora. Todo el ministerio público de Jesús se encamina a Jerusalén, pero es el Padre quien le revela el momento de dar la vida libremente. Por eso Jesús dice: “Padre ha llegado la hora”. Silvio Báez no es cobarde, estuvo dispuesto a dar la vida libremente por su pueblo, él se configura con su Maestro (Sacerdos alter Christus), pero no ha llegado su hora, no es cuando el hombre quiera, es cuando el Padre le revele que llega el momento de amar hasta el extremo, es decir, de dar la vida por los demás.
El autor es universitario exiliado.