LA REVOLUCIÓN SANDINISTA, “PÁGINA DE ENGAÑO Y FASTIDIO”

EGO19 julio, 2019

Por Manuel Sandoval Cruz*

“Nosotros no derrotamos al somocismo”.
Cmte. Henry Ruiz (Modesto).

Hoy se cumplen cuarenta años del triunfo de la Revolución Popular Sandinista (19/07/1979). Con el inicio de esta “década perdida”, Nicaragua experimentó los horrores de la guerra hasta el fin de la dictadura en 1990. Sin embargo, cabe preguntarnos por qué hasta hoy solo se ha tratado de abordar esta etapa de nuestra sangrienta historia desde el desenvolvimiento de la guerrilla en las montañas del país; también, es menester interrogarnos cómo se vino desarrollando el proyecto sandinista antes de su triunfo insurreccional, hace cuarenta años. En este sentido, el artículo “Polémicas culturales, compromiso intelectual y revolución en Nicaragua” de Gema D. Palazón Sáenz destaca una idea relevante para entender la lucha contra la dictadura de Somoza desde la óptica de la intelectualidad. Por ello, señala en su extenso trabajo a dos referentes del FSLN: Carlos Fonseca Amador y Leonel Rugama.

Palazón Sáenz elabora la tesis de que “el sandinismo estuvo ligado desde sus años de formación a la impronta cultural como una de las vías para la liberación nacional y un proceso que debía desarrollarse de forma paralela y simultánea al movimiento guerrillero que lo llevó a combatir la dictadura somocista desde la montaña”. A la dictadura de Somoza Debayle se le combatía desde la escena intelectual y militar. El Frente Ventana, El Grupo Gradas, El Grupo de los Doce, desde la Universidad Nacional en León, desde la música y todo espacio que sirviera de protesta para denunciar la tiranía familiar que fundó Anastasio “Tacho” Somoza García, “el bieamado de Washington”, como lo describe en su obra el doctor Jorge Eduardo Arellano. Por lo antes dicho y conocido por nosotros, la Revolución fue apoyada por poetas como Ernesto Cardenal, quien fuera Ministro de Cultura y enfrentara la campaña contra él de parte de Rosario Murillo. Cardenal llegó a advertir que la “revolución fue traicionada”.

Julio Cortázar en su “Nicaragua tan violentamente dulce” describe su segundo viaje en el jet de Somoza y ve “un pueblo inconteniblemente feliz en su liberación y su renacimiento”. El autor de Rayuela, seguirá diciendo que en la gente nuestra logra ver“la sonrisa de la libertad, quiero decir tan bien la libertad de la sonrisa”. Nadie negará que esta novedad de la revolución despertó tantos anhelos y deseos de cambios profundos en el país tras más de cuatro décadas de somocismo. Javier Pradera se va referir en su reseña sobre Adiós muchachos de Sergio Ramírez como “una revolución que despertó enormes esperanzas y conmovidas adhesiones”. Sin embargo, todo fue distinto, y la contrarrevolución nació el mismo día del triunfo de aquel 19 de julio. Hasta hoy, nadie sabe por qué el sandinismo no logró sostener el apoyo popular y optó por una guerra que dejó más de cincuenta mil nicaragüenses que aún esperan justicia.

El sandinismo y su guerra “contrarrevolucionaria” cometió crímenes que deben ser investigados, de ellos no hay memoria ni justicia. . En Agonía en Rojo y Negro, una obra bajo la recopilación de Mario Alfaro Alvarado, detalla los nombres de los ciudadanos nicaragüenses detenidos por los sandinistas en 1980, 1981 y 1982; la lista de 266 nicaragüenses prisioneros pasados a la orden de los tribunales populares antisomocistas. De igual forma, las 31 muertes no esclarecidas, según la CPDH de entonces, cuyas detenciones fueron el 22 de octubre (entre el Cuá y San José de BOCAY) y el 1 de diciembre, Sébaco de 1983. Sin embargo, los comandantes, para 1981, ante una delegación de la OEA que visitó Nicaragua, justificaron los asesinatos desde 1979 como producto de un calor vengativo de las pasiones para saldar acciones similares perpetradas por algunos guardias somocistas.

La Revolución trajo consigo muertes, robos, asaltos, desapariciones, desabastecimiento. Los horrores del servicio militar obligatorio que produjo tanto exilio, como las confiscaciones justificadas por la famosa reforma agraria, son de los grandes errores de un proyecto que fue nefasto desde sus inicios. La Revolución sandinista engañó a un continente entero, entronizó en nuestra cultura política el populismo y demostró que las guerrillas no pueden ni deben gobernar. Gilles Bataillon y Vania Galindo Juárez en su artículo “Los muchachos en la revolución sandinista” destacan el papel de nuestra juventud “símbolo de una renovación política que abría un lugar a jóvenes provenientes de las clases populares, el grupo más abandonado por el somocismo. El papel redentor que los sandinistas confirieron a la juventud no fue, paradójicamente, una innovación dentro de las propuestas políticas nicaragüenses, como lo prueba la «Oda a Franklin Roosevelt» de Rubén Darío y después la obra de Ernesto Cardenal… Retomando imágenes extraídas del cancionero popular de los Mejía Godoy, los sandinistas se proclaman portavoces de estos muchachos excluidos del juego político. Más aún, utilizarán la idea de una juventud sacrificada que alimenta el grueso de las milicias antisomocistas, para cimentar su hegemonía al tomar el poder después de la caída de Somoza”. Pero nada de eso sucedió, la juventud fue carne de cañón para los nueve comandantes, la junta de gobierno y Daniel Ortega, presidente durante duró la Revolución.

Retomando la idea de que sin el arte, la revolución no pudo haber tenido eco en el pueblo, Palazón Sáenz seguirá citando a Ricardo Morales Avilés que dice: “A través del arte y la literatura, el intelectual revolucionario ofrece al pueblo nuevas formas de percibir la realidad para lograr una reestructuración de su relación con el mundo […] Establecer un puente vivo entre el intelectual y el pueblo en mi país, con más de la mitad de su población analfabeta, en donde los campesinos y los obreros se hallan al margen de la cultura”. Para Morales Avilés, el trabajo revolucionario debía remover las masas, repensar el arte y cambiar el discurso a favor de las clases populares no oligárquicas.

El 19 de julio de 1979, todas las aspiraciones y sueños revolucionarios se volvieron una realidad tangible tras cuatro décadas de dictadura y casi veinte años de lucha guerrillera en Nicaragua. Lo que vino después, el enfrentamiento con la Contra, la lucha de poder más o menos abierta entre la ASTC (Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura) y la línea minis-terial de Ernesto Cardenal, la formulación del intelectual orgánico de Sergio Ramírez, la Cruzada Nacional de Alfabetización, etc., hasta la derrota electoral de 1990 son cuestiones que han acabado por presentar el proyecto sandinista en su imposibilidad de conjugar la democrati-zación cultural, la participación popular y la figura del intelectual orgánico más allá de la utopía. Por eso, Claribel Alegría dirá a Ángela Saballos: “Esos años fueron muy difíciles pero muy lindos. Los que estaban gobernando decían que todo lo querían por Nicaragua. Ellos estaban dispuestos a dar su vida por Nicaragua… Algo nuevo estaba sucediendo que no había ocurrido hacía muchos años en América Latina. Fue algo muy nuevo, mágico y limpio. Por eso mucho de nosotros nos ha dolido tanto lo que pasó después”.

La Cruzada de Alfabetización, la Operación Bertha, las confiscaciones, la Guerra, el servicio militar obligatorio son los legados funestos de un proyecto que mezcló la sangre de hermanos con las ambiciones de los comandantes. En las montañas nació la guerrilla contra Somoza, en las montañas se combatió el mito revolucionario. Justo en 1980, Mario Vargas Llosa dijo que el sandinismo era incompatible con la democracia. Las masas fueron usadas para derrocar la tiranía somocista, pero fueron alejadas de las decisiones que los verdes olivos de la Dirección General del FSLN impusieron al pueblo nicaragüense. La Revolución no fue una novedad, fue una “página de engaño y fastidio”, un proyecto que allanó el camino de la tiranía Ortega-Murillo.

Para Sergio Ramírez Mercado, su periodo revolucionario fue como lo que cita en Adiós muchachos, retomando las palabras de Dickens en Historia de dos ciudades (1859): “fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos; fue tiempo de sabiduría, fue tiempo de locura; fue una época de fe, fue una época de incredulidad; fue una temporada de fulgor, fue una temporada de tinieblas; fue la primavera de la esperanza, fue el invierno de la desesperación.

Pero, la realidad de la Revolución Sandinista está en una frase de nuestra Claribel Alegría: “¡Y no había nada!… Pero no importaba, porque era la esperanza”.

*El autor es universitario en el exilio.

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