Un buen puñado de hondureños que se olvidaron de que aún sigue la pandemia del coronavirus, podrán pasar su navidad y año nuevo en una unidad de cuidados intensivos mientras vuelven a colapsar los hospitales de Honduras por el repunte de casos del patógeno y prima la desesperación por conseguir un cupo para salvar la vida.
Las dos formas que los afectados por el covid-19 podrán alcanzar cupo en la UCI (mientras no se habilite el hospital móvil) será si muere una persona, luego que el virus haya dejado inútil los pulmones y aniquile cualquier función renal o sobreviva aunque deberá vivir con las secuelas permanentes que deje en su cuerpo.
Un informe diario del Instituto Nacional Cardiopulmonar indica que durante el fin de semana hubo tres decesos, es decir, el 50 por ciento del total de la capacidad que tiene terapia intensiva; si bien la cifra es baja con relación al total de las personas que requieren ventilación mecánica invasiva (intubación) o no invasiva (máscara con cánula de alto flujo de oxígeno), pero representa un impacto en torno a la cifra que hubo durante la jornada.
Por lógica, en el caso de que la UCI tuviera más camas, se registrarían más decesos; la mayoría de las víctimas toman la decisión de ser atendidos cuando el covid-19 ya avanzó por su cuerpo y mató cada función vital. Esta muestra deja en evidencia que el aumento de casos avanza de manera brutal, mientras las personas circulan por la calle sin una mascarilla, se van a los centros comerciales sin respetar la distancia social y no se lavan las manos de manera religiosa.
En otras palabras, la población ya le perdió el miedo a la pandemia.
En la unidad de cuidados intermedios también cunde el pánico entre el personal sanitario. De un total de 10 camas, ocho están ocupadas, lo que implica que está operando al 80 por ciento, mientras que la carga hospitalaria es de 41.86 por ciento, es decir que cinco de cada 10 camas está siendo utilizada por un paciente con cierta dificultad respiratoria.
En tanto, en la parte externa del centro hospitalario, las personas están desesperadas por conseguir un cupo para su familiar que ya entró en la denominada fase pulmonar o la etapa más avanzada de la enfermedad y cada minuto que pasa se acorta la respiración y la vida misma. Los médicos están sobresaturados de trabajo. No tienen insumos de bioseguridad y las promesas de tener equipo médico se van despareciendo con el correr de los días.
El flamante hospital móvil que está anexo sigue sin funcionar y nadie, ni Inversión Estratégica de Honduras (Investh) ni la Secretaría de Salud, dan una explicación creíble del porqué no lo ponen a trabajar. Permanecen en silencio el multiusos de Omar Rivera; el depurador, analista y dirigente de sociedad civil Alberto Solórzano, mientras que el jefe de los galenos sampedranos del IHSS Carlos Umaña tacha el multimillonario producto de lata móvil y la fiscalía no sabe qué hacer para mantener en la cárcel a los implicados.
Otra arista del recrudecimiento del covid-19 es que Honduras no ha podido superar la primera oleada de casos, ni está preparada para una segunda etapa. No hay cementerios adecuados para sepultar a las víctimas de la enfermedad, los galenos seguirán improvisando con plásticos y cuanto tengan a la mano, mientras les dure el dinero.