Editorial: Triunfo de la izquierda en Guatemala y Ecuador dan lecciones fuertes al neoliberalismo

Redacción El Pulso21 agosto, 2023

Las elecciones generales de Guatemala y Ecuador, dos naciones controladas históricamente por las élites neoliberales, ultraconservadoras y rabiosamente anticomunistas (con una breve interrupción izquierdista entre 2006 y 2017 de Rafael Correa en el último país) debería poner a pensar a quienes históricamente han tenido el control de los medios de producción, las relaciones sociales y cuotas de poder, que los pueblos siempre se vengan en las urnas. Ya en Honduras lo vivimos en 2021.

En el caso del vecino país, quien permaneció desde 1954 hasta 1996 en una conflictividad constante, su población, una de las más desiguales de América Latina y el Caribe, harta de la corruptela de las élites y sus marionetas, distribuidas en los partidos políticos y asociaciones civiles, decidió dar su voto de confianza a Bernardo Arévalo -el hijo del líder histórico Juan José Arévalo, un reformista que se consideró socialista espiritual, que sufrió más de 30 intentos de golpe, que modernizó el Estado, que permitió la movilidad social, que benefició a los pobres, que toleró la crítica y fomentó el pluralismo ideológico-, para que lo saque, al menos, del olvido, pobreza y miseria que se agravó en el país más rico de la región.

También se debe dejar claro que el gane de Arévalo no obedece necesariamente a la formación política de los guatemaltecos, sino en contra de quienes cooptaron el Estado, desde el genocida Kjell Laugeraud, pasando por el loco sanguinario de Ríos Montt y terminando en un payaso de cuarta como Jimmy Morales y un deslucido y corrupto Alejandro Giammattei, que se dieron a la tarea de hacerle los mandados a los potentados y dieron la espalda a un pueblo que, al menos, aspira a vivir decentemente y llegar al fin de mes sin sufrir penurias.

Desgraciadamente, nuestro país, Honduras, también tiene mucho que ver en la desgracia que vive Guatemala cuando apoyó la invasión de 1954 de la mano del abogado de las bananeras, a la postre presidente Juan Manuel Gálvez.

La sola presencia de Arévalo viene a fortalecer la creciente oleada progresista en esta región (con una inminente pausa en Argentina con el surgimiento del ultralibertario Milei que quiere dinamitar el Estado con sus fallidas recetas privatizadoras), lo que desde ya se puede considerar como la segunda década de oro del socialismo latinoamericano.

El ya presidente electo sabe a la perfección que no la tiene fácil, que deberá atender las demandas populares que no pueden esperar más; se puede advertir que las élites y la derecha reaccionaria le harán la vida imposible, conspirarán desde su primer día de mandato hasta desgastarlo y, si cabe, tumbarlo, para retomar el control del gobierno para seguir saqueando los recursos de los chapines.

Hay que dejar claro que el nuevo mandatario no resolverá los problemas históricos de Guatemala en cuatro años, por lo que su gobierno deberá resolver los más prioritarios.

Al respecto el FMI indica que el país «enfrenta importantes desafíos de desarrollo: las tasas de pobreza y desigualdad de Guatemala se encuentran entre las más altas de la región de América Latina y el Caribe (ALC), debido a la existencia de una numerosa población desatendida, en su mayoría rural e indígena y empleada en el sector informal».

«Un estado pequeño e ineficaz, la falta de educación y oportunidades laborales y los frecuentes eventos naturales adversos son algunos de los factores clave que han contribuido a la pobreza en Guatemala.

Las simulaciones para 2019 sugieren que alrededor del 54 por ciento de la población estaba ese año por debajo del umbral de pobreza, solo un poco por debajo del 55,4 por ciento en 2014, la última estimación oficial de pobreza», señala en un informe el organismo financiero internacional.

EL CORREÍSMO AMENAZA CON DESPLAZAR A LA DERECHA. En Ecuador, María Luisa González, un cuadro del expresidente Rafael Correa, pasa a la segunda ronda para enfrentar al conservador Daniel Noboa, hijo del magnate bananero Álvaro Noboa, quien quedó como el eterno presidenciable que jamás llegó a ganar comicios.

González deberá ir a una segunda vuelta para medir fuerzas para reafirmar el liderazgo que, guste o no, tiene el correísmo en aquel país, donde hubo una década de estabilidad desde 2006 hasta 2017 cuando asumió Lenin Moreno, convertido a la postre en un traidor -según expertos-, que entregó en bandeja de oro a un codicioso banquero como Guillermo Lasso, a quien se le fue el país de las manos.

Lo que comenzó a desbaratar Moreno, el presidente saliente lo terminó de hundir.

Ecuador pasó de ser el sueño ecuatoriano a la pesadilla ecuatoriana con la infiltración de los cárteles de la droga, la creciente y desproporcionada violencia, que se cobró la vida de varios políticos, incluyendo a Fernando Villavicencio, una pobreza creciente y una migración incontenible.

Todo apunta que González será presidenta y también vivirá lo mismo que sufren los gobernantes de izquierda como Gustavo Petro en Colombia y Xiomara Castro en Honduras, quienes tienen fuertes presiones sociales y un asedio de la derecha neoliberal y que colinda con el boicot, incluyendo a un contradictorio, soberbio y envejecido Salvador Nasralla, quien se alió con el Partido Nacional para desgastar la actual administración.

Sin duda, Arévalo debe resolver de inmediato la desigualdad social, frenar la masiva migración aunque se vea cuesta arriba por el modelo económico imperante en Guatemala, donde -parafraseando al Nobel de Economía Joseph Stiglitz- el uno por ciento de la población concentra el 99 por ciento del capital que no se podrá cambiar de la noche a la mañana.

El mandatario entrante guatemalteco debe ver en el espejo a Honduras, donde la presidenta Castro no cuenta con la mayoría mecánica (65 diputados) para sacar adelante la Ley de Justicia Tributaria, una cereza del pastel del primer gobierno de izquierda catracha que busca que los que ganan más, paguen más. No la tiene nada fácil el nuevo mandatario.

En cambio, González debe ir a una segunda vuelta para imponerse, pero tampoco la tiene sencilla para triunfar porque la derecha podría unificarse y vencerla en el balotaje, por lo que deberá afinar su maquinaria para triunfar.

Al fin y al cabo, la lucha entre la derecha e izquierda no es solo la defensa de ideologías, sino la de modelos económicos contrapuestos e irreconciliables y Guatemala y Honduras son dos ejemplos, donde sus élites se resisten a ceder un poco de sus ganancias para desactivar el descontento social. Esas élites (y las latinoamericanas), deberían de reflexionar y entender que su voracidad no los llevará a ningún lado.

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