La otra vertiente: apuntes para aproximarnos a los factores identitarios de nuestro arraigo

Redacción El Pulso16 enero, 2024

(Por Jorge Sagastume) La generación anterior y actual es producto de dos falacias históricas contadas desde la narrativa de la fábula con sabor a conquista: primera, que nuestro héroe nacional el Cacique Lempira murió a causa de una traición; segunda, murió peleando cuerpo a cuerpo.

Sobre estos dos acontecimientos históricamente contradictorios entre sí, con olor a hipótesis más que a evidencia empírica, se fue urdiendo una historia terrible, oscura, audaz, tenaz y artera. Sobre las venas de esta apología de dominación y odio, se moldearon generaciones pasadas y presentes, bajo el influjo del vacío y ansiedad que produce la manipulación de la información.

Posteriormente, sufrimos el virus de la independencia y post independencia y sus consecuencias. Alucinamos la configuración de la república y el Estado, hasta las nacientes constituyentes del siglo XX, surgidas a la luz de la mafia del bipartidismo. Mucho antes, la “conquista” y la voraz y genocida colonización, sobre los sacramentos de la fe y el hervidero de la evangelización, moribundos nos dejó, perplejos y en la más completa precariedad del desarraigo.

Somos productos de continuidades y discontinuidades, rupturas, cicatrices, heridas profusas, dolores, retrocesos, saltos y asaltos. Somos revelación y frustración a la vez, un milagro de la desgracia. Víctimas hemos sido del descubrimiento y nos siguen revictimizando hasta la saciedad. Atropellados fuimos por la marginación, nos sitiaron y secuestraron. Al gemido brillante del polen de la cruz, la espada y el santo rosario, alimentamos nuestros insomnios y duérmelas. Somos indestructibles en el universo del sin sentido.

Nos mostraron el calvario, las férulas del infierno, nos mutilaron el arraigo, arrinconaron nuestra fe y nos la cambiaron por una filosa, más dentada y fatalista. Nos patrocinaron e impusieron una fe desde la neurótica ojiva de la espada y la cruz. Nos cambiaron los dioses orgánicos y ambientalistas, por un dios eurocéntrico y estilizado a los intereses comerciales del Vaticano. Nos cambiaron las normas pragmáticas, por la elegía y fantasía de la burocracia y las “letrinocracias”.

Hemos presenciado, al menos, la configuración de cuatro sociedades. Cada sociedad tiene su rostro, algunos curtidos, mancillados, otros excavados desde los valores, eternamente cínicos, que arguyen demencia, tenebrosamente avorazados. Quizás entre una y otra hay un espacio vinculante no en el tiempo, sino, en el sinuoso camino de la desgracia de la espuria redención, sobre la mampara del destino.

La primera sociedad, autónoma y legitima, la sociedad Maya y Tolteca, seguida de los Chorotegas y Lencas y otras etnias menores. La segunda, la etapa colonial: mestiza, imperiosa, jerárquica, impositiva, cínica, extractivista y traicionera. Aquí se pegan las primeras puntadas al sistema patriarcal.

La tercera, la ruptura de la colonia e inicio de la independencia, el surgimiento de la República: el establecimiento de códigos, emisión de leyes y trampas jurídicas. Se continúa pegando más costuras al sistema patriarcal. Surgen los terratenientes, los pactos oscuros, la centralización del poder y el surgimiento de enclaves y élites políticas y económicas; la tiranía del bipartidismo y el vicio jugoso de los golpes de estado. La sociedad que ha venido entregando la patria a la inversión e intereses extranjeros. Los caudillos fruteros y la aniquilación de la soberanía nacional. La sociedad que instaura la corrupción para justificar la existencia misma del Estado.

La cuarta, la sociedad de las elites y monopolios financieros al servicio del capitalismo transnacional. La era de las desigualdades sociales y del latrocinio del Estado. La consolidación de los enclaves de poder, la sociedad de las pandillas políticas y barriales, de la comedia y el crimen organizado, los carteles de la droga y carteles de la demagogia. La sociedad secuestrada por los organismos financieros internacionales al servicio del capital transnacional. La sociedad de los intereses privados que arruina el mismo Estado para, a pedazos, quedarse con el. La sociedad de la descentralización y centralización, dos juegos ambiguos y políticos del mismo modelo disfuncional de desarrollo. Una sociedad que le rinde culto a la impunidad.

¿De dónde venimos entonces y para dónde vamos? Es probable que sea muy precoz preguntarlo. La Honduras anterior a la colonia, (la precolombina) el territorio de indios, la gobernanza de los Mayas y Toltecas, la Comarca colectiva con presencia constante de aborígenes de muchas razas, la presencia de muchos Dioses, la cosmovisión y cosmogonía. Esta Honduras precolombina era “étnica y lingüísticamente muy diversa”.

Hemos aceptado con pasmosa naturalidad y legitimado la palabra “precolombina”. Esta acción denota la anulación total de la presencia de importantes culturas. ¿Por qué decir entonces precolombina?, Este desarraigo e insulto cultural a los pueblos originarios del continente americano, este juicio innecesario, inclusive, se nota en la adulación de los historiadores a la cultura dominante e invasora. Este febril clamor a lo foráneo, por años, ha venido aplastando a los pocos retoños de arraigo. En lugar de precolombina, porque no acuñamos una referencia a un cacique, un noble guerrero anterior a la presencia de los bárbaros invasores españoles.

La era “precolombina”, es afirmar y legitimar el “descubrimiento” por Cristóbal Colón. Desgracia y contradicción. ¿Cuál descubrimiento? Es una forma diplomática de suavizar el posterior genocidio, el exterminio casi total de los aborígenes americanos. Es aceptar burdamente que nos descubrieron, nos salvaron y nos redimieron. Y, lo más lamentable, ante el nuevo colonialismo, la historia se repite, con más ímpetu, donde el genocidio es el empobrecimiento que han sido condenados los pueblos de América Latina.

Despojo, dominación, saqueo, implantación de una cultura con el combo de un Dios, esclavismo, genocidio, entre otras formas de violencia y exterminio, representa la piedra angular de un sistema de antivalores, en vez de una suerte de arraigo. Hemos sido sacramentados bajo otros patrones feroces, donde la sumisión y formas de servidumbre, es muy típico de sociedades que sufrieron “el lavado” del arraigo.

Entonces apenas vamos saliendo de un abismo, con las venas abiertas de la vulnerabilidad, rebalsados de miedo, impregnados de incertidumbre, en el pecho tatuada una nueva religión, donde el evangelio no comulga con la práctica, solo con las campanadas para asistir a misa. No habíamos salido de la congoja existencial y, abruptamente, fuimos agredidos por la “independencia”, que no fue otra cosa que la descolonización de los imaginarios sociales y la imposición de otros, tan rudos como letales.

Venimos surgiendo de acantilados siniestros. Nuestra historia ha sido fragmentada y desfragmentada, rota, contada a pausas, entre falacias grandes y pequeñas. Contada entre abismos, grandes despeñaderos de duda, sobre alamedas fingidas, mesetas y parámetros de tristeza incalculable, atardeceres y noches oscuras, hendidas hasta la empuñadura.

Después de la Constituyente de los años 80, y las elecciones de 1981, cada cuatro años regresamos a la democracia, la invocamos. Y la democracia vuelve con sabor a demagogia, a girones de anarquía. Vuelve y reproduce la pobreza, profundiza la desigualdad social, la violencia de género; es cómplice de asesinatos y desapariciones de líderes de organizaciones de base, defensores de los derechos humanos y ambientalistas.

Una democracia que regresa para expulsar a los pobres y vulnerables y los convierte en migrantes y luego en remesas. Tritura los sueños de los jóvenes y vuelve inalcanzable el futuro de los niños. Paraliza las políticas salariales y por arte de magia las convierte en piezas de museo.

Una democracia amiga de las élites de poder, que permite que se prostituya el estado de derecho. Una democracia al servicio de los que tejen la maldad cada día, por los siglos de los siglos, por la vorágine del poder.

Entonces, ¿qué somos?, ¿para dónde vamos? ¿cuál es nuestro arraigo? Nos están obligando a ser “cinchoneros” de nuestro propio destino.

elfarolito.com

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