«Sólo la fiebre y la poesía provocan visiones/ Sólo el amor y la memoria/ No estos caminos ni estas llanuras/ No estos laberintos/ Hasta que por fin mi alma encontró a mi corazón/ Estaba enfermo, es cierto, pero estaba vivo».
A Roberto Bolaño (Chile, 1953) se lo ha considerado como el último gran revolucionario de la literatura hispanoamericana, pero también como el “último maldito” de los escritores de su tiempo. La crítica favorable a la industria editora, principalmente la española, lo ha encumbrado como uno de los autores de habla española más vendidos, y a la vez, ha hecho del autor un mito.
En La civilización del espectáculo, unos de sus últimos ensayos (paráfrasis del título de Guy Debord La sociedad del espectáculo), Mario Vargas Llosa ha puesto en cuestión la manera en cómo la industria editorial del siglo XX se ha visto en la necesidad de construir mitos no del todo válidos sobre los escritores, sobre todo porque con la llegada de la era virtual, éstos han perdido el halo de misterio, sabiduría y rasgos de misticismo con que se concebían antaño. Los escritores se han desmitificado.
A diferencia de lo que habían sido entre los siglo XVI y XIX, cuando ostentaban un enorme crédito por sus ideas, sus aportes intelectuales y su defensa de la ética y la moral social —con sus grandes excepciones—, los escritores del siglo XX transgredieron las normas y estamentos literarios y morales que hasta entonces habían dictado la sociedad y la academia. Así lo demostraron los provocativos movimientos literarios predominantes en el mundo occidental a partir de la influencia producida por las Vanguardias Históricas del Arte (Expresionismo, Fovismo, etc.).
La obra de Roberto Bolaño está dentro de esa estética moderna para la que toda aquella producción provocativa que sirva para satisfacer las nuevas mentalidades colectivas basadas en la rebeldía y los paradigmas del caos, está acorde con los parámetros de la sociedad. De hecho, fuera de la indiscutible habilidad narrativa, de las escenas crudas y realistas de su trabajo novelesco o la frívola severidad sarcástica de sus poemas, el gran mérito literario de Bolaño parece ser la convencida rebelión de sus escritos, que al igual que su vida, representan su propia experiencia vivencial. Desde su Juventud, Bolaño lideró el movimiento infrarealista junto al poeta mexicano Santiago Papasquiaro, movimiento contrario a las ideas y estética representada por autores como Octavio Paz.
Bolaño, como Cortázar o Saramago, fue un escritor de publicación tardía, y autor de más de una veintena de libros entre los cuales destacan sus novelas Los detectives salvajes, ganadora del Premio Herralde en 1998 y el Premio Rómulo Gallegos en 1999 (considerado el Nobel latinoamericano), Estrella distante, Una novelita lumpen, y 2666(póstuma); el libro de cuentos Llamadas telefónicas, y la antología personal Los Perros románticos. Hoy día está considerado uno de los autores latinoamericanos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX.
En palabras del escritor mejicano Juan Villoro, «México para fue central él, porque lo determinó como escritor […] el México nocturno, el México de las calles, del habla cotidiana, de un destino quebrado y a veces trágico y del humor, lo cautivaron. No es casualidad que sus dos novelas más grandes las haya centrado en México, Los detectives salvajes y 2666». Lo mismo pasó con su poesía, en la que además reflejó su escandalosa vida de vendimiador, los crudos recuerdos de su juventud y la azarosa concepción de su existencia. Murió el 2003 en Barcelona.
LOS PERROS ROMÁNTICOS.
En aquel tiempo yo tenía veinte años y estaba loco.
Había perdido un país pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera, en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño:
estatua eternizada en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor
y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.
SUCIO, MAL VESTIDO.
En el camino de los perros
mi alma encontró a mi corazón.
Destrozado, pero vivo, sucio,
mal vestido y lleno de amor.
En el camino de los perros,
allí donde no quiere ir nadie.
Un camino que sólo recorren los poetas
cuando ya no les queda nada por hacer.
¡Pero yo tenía tantas cosas que hacer todavía!
Y sin embargo allí estaba: haciéndome matar
por las hormigas rojas
y también por las hormigas negras,
recorriendo las aldeas vacías:
el espanto que se elevaba
hasta tocar las estrellas.
Un chileno educado en México lo puede soportar todo,
pensaba, pero no era verdad.
Por las noches mi corazón lloraba.
El río del ser, decían unos labios afiebrados
que luego descubrí eran los míos,
el río del ser, el río del ser, el éxtasis que se pliega
en la ribera de estas aldeas abandonadas.
Sumulistas y teólogos, adivinadores
y salteadores de caminos emergieron
como realidades acuáticas
en medio de una realidad metálica.
Sólo la fiebre y la poesía provocan visiones.
Sólo el amor y la memoria.
No estos caminos ni estas llanuras.
No estos laberintos.
Hasta que por fin mi alma encontró a mi corazón.
Estaba enfermo, es cierto, pero estaba vivo.
(Poemas de Los perros románticos).