Desde El Pulso estamos más que claros que no hay condiciones objetivas (división en la clase política) y subjetivas (percepción de la población) sobre la necesidad de reescribir el pacto social o convocar a una Constituyente para redactar una Constitución.
No obstante, los últimos sucesos vividos en el país nos hace pensar seriamente en la necesidad de una nueva Carta Magna que venga a reordenar las relaciones entre gobernantes y gobernados.
En los últimos días, hemos visto algunas acciones -buenas para algunos y malas para otros- sobre cómo se eligió a los nuevos titulares del Ministerio Público y el previo bloqueo de las bancadas de oposición a la nominación de Johel Zelaya como titular del ente, dando su apoyo a Marcio Cabañas y Jenny Almendares, basándose en una meritocracia.
Asimismo, hemos observado cómo algunas lagunas legales respecto a las sesiones extraordinarias autoconvocadas por la oposición, lo que ha sido utilizada y abusada, tanto por la oposición del pasado como la actual, más como un mecanismo de presió que como una herramienta necesaria para proponer iniciativas en beneficio de la colectividad.
El actual Congreso, se puede considerar como uno de los menos productivos de la historia reciente del país (no vamos a pararnos a hacer estadísticas) por la baja productividad de sus diputados, comenzando por el jefe de la cámara hasta los parlamentarios suplentes poco o nada han hecho por evacuar la agenda legislativas que prometió en su momento la presidenta Xiomara Castro, así como la que plantea la oposición.
Hasta el pasado 31 de octubre, se llegó a dos meses sin ningún tipo de labor, al menos en lo referente a la celebración de sesiones ordinarias, separando el trabajo de las comisiones.
Sin embargo, reiteramos, la productividad es una de las más bajas, por lo que es mal visto por la gente y algunos organismos de sociedad civil. ¿A qué juegan los diputados y directivos del Congreso? ¿Es tan cierto que representan la voluntad de sus votantes dentro del marco de la democracia representativa o le tomaron el pelo a sus electores?
Desde mucho antes del golpe de 2009 (el por «esta única vez» que inscribió a Maduro; que se pasara por alto la nacionalidad de Azcona, el golpe técnico del 12 de diciembre de 2012, la reelección ilegal del ya extraditado Juan Orlando Hernández, entre otros) se dieron violaciones sistemáticas a la Constitución, por lo que consideramos que en el corto o mediano plazo se debe plantear la necesidad de reescribir la norma fundamental.
Es cierto, la Constitución no nos va a dar el dinero para comer, para vivir el día a día, «generar empleo, inversión y seguridad jurídica«, pero, parafraseando al padre de la democracia moderna argentina, el expresidente Raúl Alfonsín, que con la misma no se come, ni se educa ni el país está condenado al éxito, pero sin ella no se puede conseguir.
Es una desgracia que los que sostienen a cualquier costo el actual status quo no comprendan que se debe restituir el orden constitucional -lo decimos sin ningún sesgo-, porque en las actuales circunstancias es imposible trazar una senda que nos permita dejar atrás un siglo de dominación bipartidista (guerras fratricidas, montoneras, dictaduras, golpes de barracas, entre otras atrocidades), entre otras atrocidades que nos mantienen postrados.
El hecho que la actual Constitución Política tenga 40 años de vigencia, no ha significado que se respeten las reglas del juego por los actores políticos, por lo que termina siendo necesario la instalación de un diálogo sincero para lograr en un futuro cercano reescribir la ley fundamental del Estado hondureño.
Si bien por ahora no hay condiciones, pero es necesario que se vaya abriendo una necesaria y urgente senda en donde todos los actores se sienten a la mesa y pacten (consensúen para ser más diplomáticos) cómo sería una nueva Constitución, en donde se dejen claras las normas sobre cómo elegir un parlamento, poder judicial, órganos contralores, de procesos electorales y aquellos que sirvan para no volver a vivir lo que estamos viviendo ahora que nos exhibe como una sociedad troglodita.
